Proyecciones hacia el futuro
Relacionarse con el futuro implica una proyección hacia lo desconocido y la intención de construir el futuro aspirando y anticipando diferentes o nuevos tiempos. Las fantasías, los deseos, los anhelos y los sueños han captivado el poder creativo de la literatura —como una capacidad de aspiración— desde la primera utopía hasta la ciencia ficción de nuestra era. Al mismo tiempo, las visiones distópicas, expresadas en advertencias y amenazas, son la otra cara de la moneda. Pueden tener una tendencia teleológica, como en ciertas versiones a menudo religiosas del destino y la providencia, o reproducir la idea de que los tiempos venideros gozarán de gran apertura, como en el caso de la creencia en el progreso y el crecimiento ilimitados. En política, la reducción artificial y la ampliación de los horizontes de expectativas (“mañana estallará la guerra”; “el cambio climático ya está aquí”; “el crecimiento económico y la igualdad nunca llegarán”) permiten que las temporalidades del futuro aumenten o nieguen la urgencia de regular los asuntos colectivos con vistas a un futuro de bienestar o paz.
¿Cómo incluir a poblaciones cultural y socialmente heterogéneas en las proyecciones del futuro y cómo se ha hecho esto en el pasado? ¿Qué visiones fallaron en propagarse a través de sectores más amplios de la población, o durante períodos más prolongados, y por qué?
En toda América Latina, las novelas familiares del siglo XIX, presentadas como “ficciones fundacionales”, se convirtieron en modelos para la aspiración de futuros nacionales. Pero las ideologías literarias también generaron proyecciones regionales latinoamericanas, como fue el caso del arielismo. Esta tendencia, que toma su nombre del ensayo Ariel, de José Enrique Rodó, dedicado “a la juventud de América”, proporcionó instrucciones sobre cómo construir una (mejor) cultura ibérica en América Latina, en oposición al materialismo estadounidense, y tuvo una gran influencia en la producción cultural y en los movimientos antiimperialistas. Las múltiples vanguardias de todo el continente buscaron al mismo tiempo su propia identidad cultural y un espacio de enunciación en la cultura moderna y universal del futuro, como postula el poeta guatemalteco Luis Cardoza y Aragón en su poema “Luna Park. Poema instantánea del siglo XX” en 1924: “Quien no está en el futuro, no existe. El futuro comenzó ayer”. Jorge Luis Borges, por su parte, abrió las perspectivas sobre la revisión de los cánones literarios y sobre los conceptos integradores de la literatura mundial. Los autores del boom que participaron en el activismo revolucionario de los años sesenta creían que podían cambiar el mundo con una estética literaria compleja, utilizando una sofisticada superposición de temporalidades, como lo demuestra perfectamente Cien años de soledad de García Márquez.
Las proyecciones y expectativas también surgen como resultado del conflicto de temporalidades anticipatorias. Para los actores económicos y sociales, estas son teorizadas como una oscilación entre el riesgo y la incertidumbre. En el primer caso, el futuro se concibe como un horizonte cerrado, donde todos los acontecimientos posibles son conocidos y, por tanto, calculables a partir de expectativas racionales. En este último caso, los tiempos venideros se conciben como un espacio abierto, donde nada se ha escrito. Las temporalidades del futuro en competencia se producen por la proyección simultánea de dependencia, crecimiento y sostenibilidad en América Latina.
Hoy en día, en América Latina la globalización se anticipa como una amenaza externa, lo cual conduce a medidas preventivas. La ruptura con la crisis de las distinciones modernas entre naturaleza y cultura permite una mejor comprensión de la anticipación actual del futuro y una reevaluación de pasadas visiones del futuro.