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Barbara Potthast

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Experta en estudios latinoamericanos, género y estructuras familiares. Su campo de interés abarca la historia de Argentina y Paraguay, así como la de los pueblos indígenas en Latinoamérica.

Barbara Potthast (17 de junio de 1956 en Bielefeld, Alemania), estudió historia y filología hispánica en la Universidad de Colonia y luego en Sevilla. En 1982 terminó sus estudios y se desempeñó durante cuatro años como investigadora ayudante en el Instituto de Historia Ibérica y Latinoamericana de la Universidad de Colonia. En los años 1984 y 1985 colaboró en trabajos de archivo en Gran Bretaña y España. En 1986 obtuvo su doctorado en la Universidad de Colonia, donde trabajó como profesora asistente hasta el año 1992 cuando terminó su habilitación. En el mismo año empezó a trabajar como profesora universitaria en la Universidad de Bielefeld. Desde 1996 Barabara Potthast pertenece a la Asociación Alemana de Investigaciones sobre América Latina (ADLAF), la cuál dirigió entre los años 2000 y 2004.

En el año 2000 regresó a la Universidad de Colonia como profesora y directora del Departamento de Estudios Ibéricos y Latinoamericanos perteneciente al Instituto de Historia. Desde 2003 es directora del Centro Latinoamericano de Colonia (CLAC) y del Grupo de Trabajo España-Portugal-Latinoamérica (ASPLA). Además, desde 2010 Barbara Potthast dirige la Red de Competencias Latinoamérica, desde 2014 es vocera del Global South Studies Center (GSSC) en Colonia, y desde 2017 es miembro del Centro Internacional Maria Sibylla Merian International "Conviviality in Unequal Societies: Perspectives from Latin America". De 2010 a 2018 fue miembro y vicepresidente del consejo de la fundación Max Weber Stiftung (Institutos alemanes de humanidades en el extranjero).

Conceptos trabajados por Barbara Potthast durante su carrera académica

Conceptos trabajados por Barbara Potthast durante su carrera académica.

La ciudadanía es un concepto clásico de la teoría política occidental, vinculado a diferentes acontecimientos históricos, como la Revolución Francesa. Una de sus características centrales es el cambio de la relación entre el individuo y el Estado, la emancipación del ciudadano como soberano. Potthast et al. explican que la investigación del concepto de ciudadanía en América Latina presenta ejemplos importantes para cuestionar la presunta reivindicación universal de este concepto occidental (2015: 8f.). A partir de la década de los ochenta surgieron Estados nacionales en América Latina que se declararon “pluriétnicos” o “plurinaciones” (ibid.: 9), y que desarrollaron derechos específicos para grupos particulares dentro de sus territorios: oponiéndose de tal manera a la imagen tradicional de la existencia de una cultura homogénea dentro del Estado nacional. Como crítica a tal concepto homogéneo, surgió entonces el concepto de la “ciudadanía diferenciada” (ibid.: 10) que tenía como objetivo la inclusión de las desigualdades reales “desde dentro” (ibid.) de las sociedades. Sin embargo, Potthast et al. no consideran este nuevo concepto como una “alternativa deseable” (ibid.), ya que puede generar nuevas problemáticas como la jerarquización de grupos. Por otro lado, se criticó “desde fuera” (ibid.) porque no incluía los procesos de globalización, sobre todo respecto a los temas de la migración y la diáspora. 

El concepto de ciudadanía en una sociedad no es un concepto estático, sino que está sujeto a negociaciones y renegociaciones constantes. Barbara Potthast analiza esas negociaciones en el ejemplo de Paraguay y el desarrollo del entendimiento de la ciudadanía de la mujer antes, durante y después de la “Guerra de la Triple Alianza” (2013). A partir de la independencia de Paraguay, la mujer se concebía como una parte de la unidad familiar, representada por el hombre; aunque en muchos casos ya se desempeñaba como cabeza de hogar (2013: 14). La mujer no disfrutaba de un acceso directo a la ciudadanía, sino a una mera “conciudadanía”. Como “bello sexo nacional”, el rol y la expectativa de la mujer eran principalmente tareas reproductivas (ibid.). Las circunstancias durante la guerra requerían cambios de esta concepción, por lo que muchas desempeñaron con frecuencia roles tradicionalmente masculinos, y se idealizó a la mujer paraguaya a partir de una caracterización de valentía (2013: 24). Al mismo tiempo, un creciente número de mujeres también empezaron a ejercer actividades políticas, desde redactar peticiones a celebrar asambleas (2013: 17-18). Durante la guerra estas actividades no se veían como una amenaza para la jerarquía de géneros establecida, pero en el período posterior se intentó retornar a la distribución anterior. Sin embargo, esta politización no se pudo revertir totalmente (2013: 27).

“El ejemplo paraguayo muestra pues con claridad la ambigüedad de la posición de las mujeres respecto al concepto de ciudadanía así como la falta de claridad que aún persiste en las definiciones de ciudadanía en el sentido de nacionalidad y en el sentido de derechos ciudadanos.” (2013: 30)

Bibliografía

  • Potthast, Barbara, Christian Büschges, Wolfgang Gabbert, Silke Hensel, Olaf Kaltmeier 2015: Introducción dinámicas de inclusión y exclusión en América Latina. Conceptos y prácticas de etnicidad, ciudadanía y pertenencia. In: Potthast, Barbara, Christian Büschges, Wolfgang Gabbert, Silke Hensel, Olaf (Hg.), Dinámicas de inclusión y exclusión en América Latina. Conceptos y prácticas de etnicidad, ciudadanía y pertenencia. Madrid, Frankfurt a. Main: Iberoamericana, Vervuert, 7-24.

  • Potthast, Barbara 2013: Súbditos, ciudadanos y conciudadanas: ciudadanía y género en Paraguay, 1810-1870, KLA Working Paper Series No. 5; Kompetenznetz Lateinamerika - Ethnicity, Citizenship, Belonging; URL: http://www.kompetenzla.unikoeln.de/fileadmin/WP_Potthast.pdf.

La honra es un elemento constitutivo para la diferenciación de los roles de género en Latinoamérica. Dos aspectos son claves para este concepto; por un lado, la moralidad, sinceridad e integridad de una persona en particular, y por otro lado la clase y origen de nacimiento a los que se atribuía una honra superior. Clases sociales más elevadas se consideran con más honra que clases sociales bajas. Las razones de este sistema se explican por una sociedad de castas y el dogmatismo de la limpieza de sangre.

La reputación, posición social y honra de una mujer se definían casi exclusivamente por su conducta sexual, de forma inversa a la honra de un hombre. Dependiendo de su clase social, la mujer disfrutaba de una mayor o menor permisividad respecto a su conducta. Las virtudes de la honra femenina, es decir de “una mujer honrada”, eran la sumisión hacia los hombres, sobre todo el marido y a los hombres de su familia, y la continencia de impulsos sexuales. Independientemente de su estado civil y de su clase, a una mujer se le exigía fidelidad y sumisión a su pareja.

Complementaria a la honra personal, está la honra familiar, otorgada desde el nacimiento (por estatus social), y que podría ser perjudicada, por ejemplo, por un embarazo extramatrimonial, causando “manchas” en la reputación de la mujer y de su familia. En este caso, la honra no solo era aplicable a individuos, sino que se entiende como un concepto colectivo: para conservar el reconocimiento y respeto social era indispensable proteger la honra de la familia.

Estos dos conceptos se basan en los estereotipos de las “virtudes” de hombre y mujer, y que acaban por crear determinados roles de género en una sociedad.

El macho se caracteriza por su dominancia, agresividad (sexual), arrogancia y terquedad respecto al sexo femenino y también el masculino, destacando también un sentimiento pronunciado de honra masculina. Estos atributos personifican acusadamente la relación entre poder y sexualidad, y una relación de género y jerarquía social caracterizadas por la dominación masculina desde antes de la conquista de las Américas.

Para que el macho pueda legitimar su condición necesita un perfil específico de mujer que lo complemente, una mujer sumisa pero que también posea las cualidades de las que carece el macho: atención y compasión por los demás, y una postura estricta respecto a conductas sexuales. Un perfil de mujer se glorifica en el personaje de la Virgen María, el rol de la mujer es ser una buena madre y una esposa fiel, y al mismo tiempo funcionando como el equivalente del macho, cualidades que serían consideradas debilidades en hombres, dominan la fuerza y superioridad moral de las mujeres.

Los movimientos sociales de mujeres en América Latina se tornaron relevantes a partir de la segunda mitad del siglo XX, sobre todo durante las décadas de los setenta y los ochenta. La igualdad del derecho civil de las mujeres y una mayor independencia personal (de, por ejemplo, sus padres o esposo) fueron hitos fundamentales para estos movimientos sociales.

Bárbara Potthast destaca una importante diferencia respecto al activismo que se desarrollaba contemporáneamente en Europa y Estados Unidos: las mujeres latinoamericanas formulaban diferentes preguntas de género y sus deseos eran considerados menos importantes. Las diferencias étnicas, sociales y de clases son claves a la hora de entender estos movimientos sociales. El activismo de mujeres en Latinoamérica tuvo lugar alrededor de movimientos guerrilleros, sindicatos y comités de amas de casa, un contexto que Potthast denomina “movimientos de sobrevivencia”. Los objetivos eran la lucha contra la violación de los derechos humanos y la violencia, y contra la explotación y pobreza. Por ejemplo, la organización en Bolivia de comités de amas de casa para sobrevivir en situaciones de pobreza y luchar por la mejora de las condiciones laborales de sus maridos mineros. Potthast también menciona el rol de “madre” de muchos de estos movimientos, destacando las “Madres de Plaza de Mayo” argentinas y su defensa de los derechos humanos y exigencia de cuentas al espectro político argentino desde los años ’70.

Estos movimientos sociales se caracterizan por su heterogeneidad y la fluidez de las fronteras y concepción de cada uno. Aun así, Potthast resalta cuatro tipos:

  1. Movimientos feministas
  2. Movimientos de derechos humanos
  3. Movimientos sindicales
  4. Movimientos de acción social

Desde tiempos coloniales, la institución de la “familia” (en el sentido de familia patriarcal, compuesta por un padre que cumple la función de cabeza de hogar y una madre que permanece en casa cuidando a los hijos) tuvo un rol determinante en las sociedades latinoamericanas. Barbara Potthast analiza el fenómeno pronunciado en el que mujeres cumplían en muchas cosas el rol de cabeza de hogar, en contra de la norma hegemónica.

Potthast muestra que este fenómeno de mujeres como cabeza de hogar ya se producía desde los tiempos de la conquista; sobre todo en ciudades dónde había un grado de mestizaje más pronunciado y debido al control social y religioso de la iglesia en zonas rurales y en misiones con poblaciones indígenas. Sin embargo, la jerarquía étnica de los tiempos coloniales, que resultó en una sociedad de castas, consolidó otras formas de relaciones extra-matrimoniales. El concubinato, que no era sancionado socialmente, resultaba una opción preferible para muchas mujeres al matrimonio porque no solo les permitía terminar una relación fácilmente, también les garantizaba independencia jurídica y económica, algo que perderían en caso de comprometerse: entre mujeres de clases populares, el incentivo de casarse era entonces muy limitado. En lugar de someterse al poder masculino en el matrimonio, muchas mujeres optaban por sustentar sus hijos con la ayuda de su comunidad o familia natal, estableciendo un sistema de compadrazgo. El parentesco ritual significaba el apoyo emocional y/o material que muchas mujeres no encontraban en sus relaciones de pareja, explicando las elevadas tasas de mujeres que encabezaban hogares y tenían hijos ilegítimos, una situación todavía vigente en la actualidad. También es necesario tener en cuenta que este fenómeno es el resultado de un proceso de marginalización femenina, dado que la mayoría de estas mujeres se encontraban en condiciones económicas poco favorables y que la decisión de hacerse cargo de la jefatura del hogar solía ser una decisión obligada por la ausencia del hombre al trabajar fuera de la ciudad, o porque sostenía otra familia, o rechazaba sus responsabilidades.

Que estas mujeres fueran las responsables de la manutención familiar no quería decir que dispusieran de poder o recursos económicos suficientes para tomar decisiones independientes. Las estructuras sociales permanecían patriarcales y la mayoría de las mujeres no gozaban de un poder social, político y económico real. En conclusión, la noción de una mujer como cabeza de hogar sigue siendo compatible dentro de una sociedad profundamente patriarcal.

El concepto de mujeres en la política/heroínas de la historia contrasta a primera vista con los de maternidad y mujeres cabeza de hogar, y aunque parece que en una primera instancia la participación de mujeres en movimientos sociales no estuvo motivada por razones políticas, su influencia en la política latinoamericana es evidente. Por ello, podemos decir que todas estas mujeres son heroínas de la historia.

Después de la gradual independencia de los países latinoamericanos, la participación política y el voto femeninos fueron un objeto inmediato de atención: Ecuador fue el primer país en introducir el sufragio femenino en 1929, iniciando un proceso en toda América Latina que terminó en Paraguay en 1967. La introducción del voto femenino aumentó su participación política, alcanzando algunas de ellas cargos políticos de gran importancia, aunque en la mayoría durante períodos de gobierno muy cortos o provisionales. Michelle Bachelet fue la primera mujer elegida democráticamente como presidenta, en Chile 2006; y un año después lo fue Christina Fernández de Kirchner en Argentina. Cabe destacar que no fueron las primeras mujeres en ocupar un posición política de tal importancia en latinoamérica: Lydia Gueiler (Bolivia, 1978-1979), Ertha Pascal-Trouillot (1990-1991, Haití), o Rosalía Arteaga Serrano (1997, Ecuador, solo por unos pocos días) fueron escogidas a causa de diferentes crisis políticas; otras mujeres como Isabel Martínez de Perón (1974-1976, Argentina), Violeta Barrios de Chamorro (1990-1997, Nicaragua) o Mireya Moscoso Rodríguez (1999-2004, Panamá) también fueron escogidas, pero asociando sus carreras políticas a las de sus maridos.

Pero la heroicidad no solo se restringe a ámbitos estrictamente políticos. Mujeres como Cecilia Grierson (1850-1934, primera mujer en obtener el título de medicina en 1889, no pudo enseñar en la universidad por ser mujer), Elvira Rawson de Dellepiane (1867-1954, médica), Julieta Lanteri (1873-1932, también médica y activista por los derechos de las mujeres y niños) fundaron la Asociación de Universitarias Argentinas y la Liga Argentina de Libre Pensamiento.

Mujeres como ellas defendieron sus ideales en sindicatos y partidos políticos, convirtiéndose en iconos y modelos para generaciones posteriores y contribuyendo decisivamente a obtener una paridad en participación política y puestos de gestión.

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