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Narda Henríquez

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Doctora en Sociología por Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales, París y Licenciada en Sociología por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Lima, Perú. Trabajó como Coordinadora de la Maestría en Sociología y del Diploma de Estudios de Género de la PUCP al igual que como Investigadora de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación desde la Perspectiva de Género. Tiene una larga trayectoria en los estudios de pobreza, desigualdad y cambio social. Fundó uno de los primeros programas de estudios de género en América Latina. Actualmente es Directora del Doctorado en Sociología de la Pontificia Universidad Católica del Perú y consultora Nacional e Internacional. 

En la entrevista, la autora hace referencia a lo que podrían considerarse los tres momentos fundamentales de su trayectoria relacionados con el trabajo de las mujeres.

Inicia en los años setenta, en el contexto del Perú, participando en colectivos de estudio que plasman la inquietud generacional de búsqueda de nuevos espacios para las mujeres, así formando grupos de estudio y autorreflexión sobre su posicionalidad. Estos estudios están marcados por una serie de reflexiones de mujeres provenientes de la clase media, profesionales y también por las que comenzaban a conformar las organizaciones masivas populares de mujeres y el movimiento amplio de mujeres.

A finales de los 70, Narda funda junto con otras activistas la institución de corte feminista “Flora Tristán”, que lucha por el cumplimiento de los derechos ciudadanos de las mujeres. Con esta fundación, y su participación en el Frente Izquierda Unida, la autora diferencia su labor propiamente feminista, que ve como posición minoritaria y que incluye el ámbito académico y el político, en la época en que el activismo feminista se distanciaba de los partidos políticos. El trabajo en el Frente Izquierda Unida viene a ser parte de este segundo momento de trabajo con mujeres, “que ya no es tanto con los grupos de mujeres como tal, sino con el trabajo político dentro de un frente político que se plantea también tener una propuesta para las mujeres, y la tensión que se da allí es entre lo personal y lo político.”.

Haciendo un balance dentro de su trayectoria, Henríquez se ubica en una posición liminal con relación al feminismo, definiéndose como una feminista del umbral: “Flora Tristán cumplió veinticinco años y yo he sido fundadora de Flora. Pero justamente, lo que dije en los veinticinco años, es que yo he sido siempre una feminista, pero en el umbral, no en el centro, no en el núcleo, sino en el umbral: dialogando, interpelando y siendo interpelada, pero desde un lado más académico, y creo que políticamente, sí, el feminismo me ha enriquecido mucho, porque me ha permitido estar siempre alerta de como parte de nuestras preocupaciones son las personas y la vida cotidiana. La temática de la sexualidad y el cuerpo y de pensarnos a nosotras mismas como sujetos modernos, racionales, corporizados. Yo creo que eso sí lo he ido ganando del feminismo, y también el cuestionamiento de la política tradicional que no toma en cuenta estas realidades más personales.”

El tercer momento se produce a inicios de los años noventa, con la participación de Narda en la fundación de los Estudios de Género: “formamos un Diploma de Estudios de Género en la Universidad, y lo formamos porque consideramos que en el Perú había mucha movilización, mucho activismo de mujeres y desarrollo feminista importante. Pero no había investigación.” En estos estudios, Henríquez encuentra líneas de interpretación que le permiten descifrar y comprender mejor los registros simbólicos y culturales de la compleja estructura social. 

Después del conflicto armado en el Perú, se constituye La Comisión de la Verdad y Reconciliación como instancia encargada de esclarecer el proceso, los hechos ocurridos, y las responsabilidades correspondientes. Narda forma parte de la elaboración del informe: Contra viento y marea, el cual tiene como propósito introducir una perspectiva transversal de género en el trabajo. Tras esta labor centra su investigación académica hacia conceptos como el rol de las mujeres de base en la toma de la palabra y como líderes de opinión local, el tratamiento del cuerpo y la diferencia a lo largo del conflicto armado, la relación entre memoria e imaginarios y también los códigos de guerra, de poder y violencia. Este último fue el lineamiento de su último  libro titulado: Cuestiones de género y poder en el conflicto armado en el Perú.

Actualmente, Narda Henríquez es coordinadora de la sección Sociología del Departamento de Ciencias Sociales de la Universidad Católica del Perú.

Conceptos trabajados por Narda Henriquez durante su carrera académica

Dentro del debate feminista propio de la década de los ochenta, comienza a tratarse la dimensión cotidiana de la vida o “lo cotidiano”, diferenciando entre “vida histórica” de “vida cotidiana”, o “lado épico” de “lado cotidiano” (10). Por otra parte, el tratamiento de lo cotidiano comprendía el cuestionamiento de la relación exclusiva de la mujer con el ámbito doméstico, privado o de la vida cotidiana: “El otro tema de debate era las mujeres que se autonomizan, que también rompen el encierro doméstico, también el feminismo fue promoviendo este tipo de discurso. Y las organizaciones de base de “vaso de leche” y “comedores” eran parte de los quehaceres domésticos, pero no en el hogar, sino en la comunidad.” (6). Una forma de tratar la participación de la mujer en lo público, que en ese momento se hace masiva, fue observarla como prolongación del ámbito doméstico, de una serie de quehaceres, funciones, tareas o roles de la mujer configurados en este ámbito y trasladados al espacio público local: “Uno de los temas de debate –lo recuerdo mucho porque tuvimos un seminario en la Universidad Católica con Elizabeth Jelin y compartíamos una idea que iba contracorriente–, por un lado, las personas decían que la prolongación de lo doméstico no debería perpetuarse. Con Elizabeth Jelin, en esa época, creíamos que en lo doméstico también había un potencial organizativo para las mujeres. En el caso del Perú eso se comprobó, porque en la primera etapa de organizaciones de base de “comedores” y “vaso de leche”, lo doméstico, la prolongación de lo doméstico, era un potencial organizativo en la comunidad como una manifestación de solidaridad, y las propias organizaciones de base se volvieron espacios de socialización pública y escuela de derechos para las mujeres en esos años 1970-1980. Así que la generación de dirigentes de esa época, eran dirigentes que habían hecho un proceso de socialización pública, de su capacidad de gestión y de su aprendizaje de derechos. Así que yo creo que ese debate de prolongación de lo doméstico, como reproduciendo la domesticidad, también fue superado por esta constatación, entonces, eso también obligó a redefinir y otorgar un valor social a esa prolongación de lo doméstico en lo comunal, como un reconocimiento social que en los años 1990 se otorgó a las mujeres.” (6)

Lo que ha sido asociado con los roles tradicionales de la mujer, es decir, los producidos en el ámbito de la casa y que incluyen la atención, cuidado y protección de los miembros de la familia, se observa en el ámbito de la comunidad como generadores de nuevas formas de organización social.

En el caso del Perú, las primeras manifestaciones de movimientos sociales de base surgen de los sectores populares localizados en los barrios y en sectores de la clase media, con la creación de movimientos juveniles y vecinales y con los primeros movimientos de mujeres.

Lo que Henríquez trabaja específicamente como movimiento de mujeres de base, le sirve para observar además, esto que la autora denomina comunalidad y que distingue de comunitarismo, con ayuda del concepto propuesto por Nancy Frazer de “espacio público subalterno”. (10). La autora observa con la participación de la mujer, la existencia de un agenciamiento que implicó la creación de redes de resistencia y solidaridad. El ámbito de comunalidad producido en el caso concreto del Perú dentro de los programas de comedores populares y “vaso de leche” quedaba constituido, en un primer momento, por lo que la autora comprende como “público subalterno” y relacionado con el movimiento de mujeres de base y lo cotidiano: “La comunalidad, el espacio público subalterno, que es un concepto de Frazer. Hay un público subalterno. No solamente hay un público nacional, digamos hegemónico, sino que hay un público subalterno. Las mujeres han estado principalmente en ese público, las mujeres de base. Ese público local tiene un déficit, pues no tiene influencia en las políticas nacionales, pero es muy importante para la vida cotidiana” (10). Lo cotidiano adquiere entonces una importancia central como ámbito de participación de la mujer.

No obstante, en el proceso del Perú, esta idea de comunalidad propiciada por la participación de la mujer, se debilita en la etapa de Fujimori y de las políticas neoliberales. En la entrevista, Henríquez señala como después del conflicto armado, en lugar de permitir la autonomía de la comunalidad, o de estas redes de resistencia y solidaridad, se las interviene y debilita, haciendo clientelismo con ellas. Con esto, lo que inicialmente se observa dentro del movimiento de mujeres de base como una reivindicación de la autonomía de la mujer, se observará posteriormente, como una forma de subordinación producida por los intereses específicos de grupos políticos que transforman lo que podía asumirse como relaciones de solidaridad en relaciones clientelares: “Por contraposición a eso, Sendero había hecho campañas de rumor contra ellas, de desprestigio contra ellas, y ellas declaraban de la misma manera y hacían marchas, y había comunicados (…). Entonces esa comunalidad –yo uso mucho comunalidad, no comunitarismo–, si no, estas redes locales de resistencia, de solidaridad que se debilitaron mucho con el proceso de Fujimori. Porque Fujimori después del conflicto armado, en lugar de permitir que se desarrollen autónomamente, las intervino, las debilitó, hizo clientelismo con ellas. Entonces, el movimiento de mujeres de base se ha politizado en el mal sentido, y en el buen sentido de la palabra. Por que hay unas que están como regidoras, pero hay otras, digamos, que han cultivado relaciones clientelares y que se mantienen en un estado de relaciones clientelares. Entonces, en el campo de mujeres de base, estos son los elementos más importantes para mí, que también los usé en el trabajo para lo que hice en la Comisión de la Verdad.” (10)

Junto con la emergencia de los derechos de las mujeres, y como parte del proceso democrático, surge en Henríquez, la necesidad de mirar el “sujeto social mujer” o la mujer como sujeto moderno, racional, corporeizado. La dimensión del sujeto incluye la sexualidad, el cuerpo y el pensamiento. (2)

En un primer momento, Henríquez comienza a trabajar el cuerpo teniendo en cuenta, sobre todo, una dimensión de la sexualidad, que como en la Comisión de la Verdad, incluye la noción de la diferencia y el aspecto de la violencia y la violencia de género. Posteriormente, la autora incorpora el estudio o análisis del tratamiento general del cuerpo en una situación de guerra, proponiendo una mirada más amplia de la sexualidad como condición humana. Henríquez señala cómo en las guerras se construye un enemigo abstracto con la destrucción de los cuerpos y de los sujetos, haciendo ver un enemigo no corporizado, para que su rostro o su nombre no duela. Este tipo de estrategia de guerra, no tiene que ver solo con la crueldad, sino con la distancia que se obliga a tomar en ella, como si no existiera un cuerpo, un nombre, un sujeto. Por ello, dice Henríquez, la CVR intenta devolver los cuerpos, los nombres, las imágenes, y en general, la memoria de lo que ha sido el conflicto armado en el Perú. (10)

En una de sus últimas publicaciones: Cuestiones de género y poder en el conflicto armado en el Perú, la autora trata de ampliar el análisis sobre estos acontecimientos, insistiendo sobre todo en el poder de parte de los grupos subversivos y en los aspectos de violencia de parte de los actores o agentes del Estado: “Y me detengo un poquito más en lo de violación sexual, en una sección que llamo: El poder sobre los cuerpos, porque considero que a diferencia del tratamiento jurídico de la violencia sexual para penalizar al culpable, lo que yo trato de señalar es que la violación sexual no es sólo un acto, sino que es una trama de relaciones donde hay también responsabilidades institucionales. En el caso de una guerra se trata por ejemplo de la tolerancia de lo superiores, o se trata de que el médico de la cárcel –porque muchos crímenes se cometieron dentro de prisiones–, no informó. Y en la Cruz Roja a nivel internacional muchas veces se ha demostrado que los informes de los médicos en muchos lugares registran más que los acontecimientos que luego se logran recuperar a través de una comisión de la verdad. Pero en el caso de Perú no ha habido nada, ningún registro de ninguna cárcel sobre abortos, sobre por qué en algunos casos ha habido aborto provocado, en otros casos registros de embarazos y violaciones, no ha habido nada, ni de varones ni de mujeres.” (13)

Junto con el tratamiento del cuerpo en relación con la sexualidad, el feminismo destaca además, dentro de las problemáticas del cuerpo, la necesidad material y de hambre del cuerpo: “Un cuerpo que tiene que ser alimentado y que tiene que ser respetado”. (10)

En torno a la noción amplia del cuerpo, dice Henríquez, se intenta trabajar entonces la sexualidad junto con la subjetividad del ser corporeizado, la necesidad, la libertad y el derecho. No solamente pasamos de la necesidad al derecho, sino a la libertad: “Allí creo que tal vez exageramos un poco en ese momento de hablar de ciudadanía total y lo hicimos porque era como que frente a la dominación total, queremos una ciudadanía total. Era como usar la palabra frente al totalitarismo, esperemos a que sea posible ser ciudadano en todas las esferas de la vida, en la vida cotidiana, en los derechos. Era una manera de ilustrar lo que estábamos tratando de decir, de que nos atravesaba desde la sexualidad hasta la existencia de la necesidad, que es un poco lo que dije hace un momento, sexualidad, necesidad y libertad, esas varias dimensiones para no dividirnos. Si nosotros como cuerpos no somos capaces de dividirnos, entonces tampoco debiéramos tener que dividir nuestras existencias.” (10). En relación con esta idea de ciudadanía como una noción que implica un proceso constructivista, Narda se plantea la pregunta de qué tipos de derechos deben existir y qué tipos de ciudadanías, como manera de contraponerse al concepto de dominación total, extrapolando de ver la legitimidad de la dominación a la ciudadanía, como algo para construir.” (12)

La petición y/o formulación de los derechos de la mujer o de derechos específicos para la mujer ha sido la consecuencia, por un lado, de la condición subordinada que se ha establecido para las mujeres con respecto a los varones, a lo largo de la historia, por el otro, ha sido el resultado del proceso de democratización que las sociedades comienzan a establecer en América Latina luego del fin de los regímenes dictatoriales que tuvieron lugar a lo largo del continente durante el siglo XX.

Con los derechos de la mujer se busca producir una sociedad democrática eliminando la condición de subordinación que produce la desigualdad social, en la que sólo por el hecho de ser mujer, las mujeres no reciben los mismos reconocimientos, beneficios o privilegios que los varones.

Aunque se han realizado avances en materia de derechos de la mujer, todavía sigue existiendo la condición subordinada de la mujer, su discriminación y, por lo tanto, la desigualdad social.

La participación de las mujeres, los movimientos feministas y el movimiento apmplio de mujeres, así como el movimiento de los derechos humanos, han conseguido no sólo cuestionar esta situación de subordinación, discriminación y desigualdad, sino transformar algunas de las estructuras sociales, por ejemplo, con la implementación de la participación por cuotas en todas las esferas sociales, en los ámbitos estatales, empresariales, institucionales, etc.

En el caso del Perú, Henríquez destaca que el acceso masivo a la educación por parte de las mujeres se constituyó, en un primer momento, en el factor central para el aprendizaje de sus derechos: “Las mujeres que habían accedido masivamente a la educación emergen como las nuevas voces. Y es que la educación, considerada un vehículo de ascenso social, es –sobre todo– un vehículo de aprendizaje de derechos.” (Henríquez 2003: 17). Las mujeres provenientes de clases medias y altas, y también, “las líderes de base que en muchos casos hicieron estudios superiores, se constituyen en activistas primero y “masa crítica” después respecto de sus propias condiciones de vida y posibilidades de autoafirmación personal.” (ibídem). Esta “masa crítica, conformada por sectores progresistas de la sociedad y por el “feminismo democrático”, interviene en la necesidad de establecer los derechos de las mujeres, convirtiéndose en un agente decisivo para la configuración de la cultura política (p. 18). Toda la situación que implica el aprendizaje de los derechos de las mujeres, así como su petición, formulación y lucha para que estos derechos puedan llegar a transformar las estructuras de dominación masculina, y la sociedad, en realidad democrática, es vista como “fuerza progresiva”. (12)

La entrada de la mujer al ámbito educativo, la participación política de la mujer, su derecho a ejercer el sufragio, así como cargos en las esferas políticas estatales, la participación masiva de la mujer en espacios comunitarios, la creación de nuevas formas de sociabilización y de potencial organizativo, son logros que han contribuido con la formación de una escuela de derechos para las mujeres, y con su capacidad de autogestión y mayor autonomía. (6)

Derechos sexuales y reproductivos

Un segundo momento relacionado con la formulación de los derechos de la mujer responde a la aparición de las políticas poblacionales y el control de la reproducción y la denuncia de políticas de esterilización sin el consentimiento previo de las mujeres. En este momento se conforma el debate de las violaciones de derechos humanos de las mujeres y surgen los derechos sexuales y reproductivos a un nivel internacional, alrededor de la década de los ochenta. En los noventa, en el ámbito internacional, por el caso de Yugoslavia, la violencia sexual fue declarada como crimen de guerra, así como se llega a establecer la denuncia por la “discriminación en el derecho”, otro aspecto que denuncia el retraso en materia de derechos con respecto de los crímenes que se han cometido contra las mujeres: “El derecho internacional humanitario reconoce muy tardíamente estas violaciones como crímenes de guerra, y en el caso del Perú no estaba considerado así, era una violación más, cotidiana. No había tampoco mucha legislación al respecto. Se ha trabajado un caso de un senderista que ha hecho uniones sexuales forzadas, y eso no ha entrado en su juicio. La justicia sigue reproduciendo los mecanismos de discriminación de las violaciones de Derechos Humanos de las mujeres. Este era un tema que no se había tocado, el de discriminación y el derecho. La batida jurídica es algo importante que también lo trabajamos en el Informe. Entonces, el Informe de la Comisión de la Verdadtiene un capítulo sobre violación sexual contra las mujeres y un capítulo sobre género. (13)

En el caso del Perú, se da la necesidad de tratar directamente la violencia y la violencia sexual y de género, como respuesta a los conflictos sociales que produce el conflicto armado, generado por los grupos subversivos (Sendero Luminoso, MRTA), y las Fuerzas Armadas. Se constituye la Comisión de la Verdad y la Reconciliación (CVR) y el informe titulado: Contra viento y marea, con el fin de trabajar en la búsqueda de la verdad y recuperación de la memoria de los últimos 20 años: “Aquí se hace un esfuerzo con el equipo que trata de recoger las violaciones de derechos humanos de las mujeres, y también de analizar qué es lo que pasó” (7). La Comisión de la Verdad establece una lucha para que no se permita la violación de los derechos humanos, una lucha contra el olvido y la recuperación de la memoria, devolviendo los cuerpos, los nombres, las imágenes que el conflicto armado hacía desaparecer. Se hace posible la visualización de las mujeres del campo y de las mujeres urbanas, y los relatos de memoria de las mujeres (10): “Las Comisiones de la Verdad adoptadas en Guatemala y Perú han mostrado que la violencia política termina penalizando a las mujeres indígenas, es decir que las mujeres de zona rurales no sólo llevan la carga familiar y emocional de sobrevivir a sus seres queridos y enfrentar las penurias de la búsqueda de los desaparecidos y torturados, sino que, durante los conflictos armados, han pasado por traumáticas experiencias de violación de sus derechos, incluyendo violencia sexual y embarazos forzados. En el derecho internacional hay progresos al incluirlos como crímenes de guerra pero todavía hay mucho camino por recorrer para que este tipo de violación de derechos humanos sea públicamente reconocido como parte de prácticas sistemáticas institucionales y para que las propias mujeres y la sociedad civil, es general, rompan el silencio y la permisividad.” (Henríquez 2003: 25)

En la etapa del conflicto armado y respondiendo a la pregunta de lo que sucede con las mujeres, Henríquez señala cómo esta situación de violencia generalizada en todos los ámbitos, que incluye la discriminación de la mujer y de sus derechos, afecta las propias formas de organización y de identidad (7). Con la Comisión de la Verdad se denuncia entonces la violación sexual contra las mujeres y el poder sobre los cuerpos. El hecho de la violación sexual, señala Henríquez, “no es sólo un acto, sino que es una toma de relaciones donde hay también responsabilidades institucionales”. (13)

En el caso del grupo Sendero, la autora indica como se da una contradicción entre abusos y liberación de las mujeres, así como el establecimiento de autoritarismos con la presencia del patrón y la cadena de jerarquizaciones relativas a la familia y la sexualidad: “Por lo tanto, no era una presencia democratizante, sino una presencia que reproducía las relaciones autoritarias, en las que las mujeres seguían siendo parte de esta jerarquía (…) el último eslabón (…) de la cadena de jerarquizaciones, eran las mujeres, sobre las cuales no solamente se mandaba qué hacer en la familia, sino, cómo se usaba la sexualidad de esas mujeres (…). Si bien no hay muchos ejemplos de violaciones sexuales en el sentido estricto de la palabra, si hablamos de uniones forzadas de parte de Sendero. (7)

En el caso de los agentes de las Fuerzas Armadas, señala Henríquez: “si está muy documentada la violación sexual, es decir la toma de un pueblo, la toma de una comunidad, y la toma del cuerpos de las mujeres. Y esto fue una cosificación de las mujeres a hacer un objeto sexual de las mujeres, y apropiarse como en otros casos se habla de un botín de guerra. Es decir, los agentes policiales y de las fuerzas armadas podían hacer a las mujeres parte del botín de guerra. Como vencidos ellos podían usar a estas mujeres sexualmente y asediarlas, chantajearlas, tratarlas como prostitutas (…). (7)

En este último punto, Henríquez introduce lo que denomina los códigos de género y de poder que estudia en relación con los códigos de guerra. La autora trata de observar cómo: “los códigos de guerra también están atravesados por códigos de género y las tendencias a la militarización y al militarismo, como una preocupación que tengo respecto de la vulnerabilidad de las democracias, cuando ha habido una tradición, cuando ha habido una experiencia militarizada, ¿qué significa eso para la construcción democrática? Eso a mí me sigue preocupando mucho, porque creo que todavía persiste una cultura de la violencia y una tendencia al militarismo que muy soterradamente se practicó, no sólo por los grupos subversivos sino por las propias Fuerzas Armadas que han tratado de mantener sus espacios militares de justicia como espacios de obediencia.” (13)

Con esto explica que la obediencia al rango militar “la obediencia de vida” se dice en el Perú, es cuestionada por la Comisión de la Verdad que dice que un soldado no está obligado a violar los derechos humanos si su jefe superior se lo ordena. En el caso de Chile, señala Henríquez, “también ha habido una declaración de la comisión respectiva, diciendo que la obediencia de vida no puede persistir sobre una violación de Derechos Humanos. Este es un tema institucional de las Fuerzas Armadas que creo que hay que seguir trabajando y que repercute en las prácticas de la seguridad nacional, donde las mujeres y el feminismo nos hemos metido poco, pero que hay que intervenir. Yo he estado leyendo mucho a nivel internacional qué se ha trabajado sobre esto. Y encontramos que nuestras sociedades están dispuestas a sacrificar los Derechos Humanos cuando hay un peligro de terrorismo o de guerra. Entonces, creo que este lado vulnerable de nuestra ciudadanía, del temor a la inseguridad, al terrorismo, este miedo que hace que estuviéramos dispuestos, esas tendencias, es lo que deja el espacio abierto a la militarización.” (13)

Pero felizmente indica cómo algunos sectores de las Fuerzas Armadas y policiales han podido reconocer el trabajo con los Derechos Humanos. Se han producido trabajos en conjunto a través de una organización feminista como Manuela Ramosque hizo un convenio con las fuerzas policiales para trabajar sobre Derechos Humanos y derechos de las mujeres.

Derechos económicos

Entre las décadas de los ochenta y noventa se siente muy fuertemente en el Perú que el problema de la situación de la mujer también tiene que ver con recursos económicos y sociales. Y parte del discurso en Beijing de América Latina es también decir que se necesitan recursos: “Y esto hace que haya un giro del tema de derechos sexuales y reproductivos, a ver como incorporamos el tema de la economía y los derechos sociales. Y en ese sentido nos volvemos a encontrar la academia con el feminismo y los Estudios de Género, como es que ya no están tan focalizados en un aspecto de los derechos, sino como esto forma parte de una mirada más compleja de ciudadanía y derechos sociales, derechos sexuales y derechos políticos (6): “En las agendas nacionales e internacionales surgen renovadas miradas sobre el tratamiento de los derechos humanos, en particular los derechos económicos y sociales, a la vez que se retoman las cuestiones sociales del desarrollo y su relevancia para la viabilidad democrática. Esto coloca a las personas en el centro de la atención no sólo en tanto sujetos racionales de la modernidad sino sujetos sensibles que labran los términos de su propio bienestar.” (Henríquez 2003: 7)

En la actualidad, se le otorga el énfasis a mostrar relevancia la importancia de buena parte del trabajo de las mujeres en el cuidado que otorga sostenibilidad a las familias y la producción, como ha sido señalado por Molyneux y Elson: “Las propuestas al respecto van en dos direcciones complementarias: identificar los trabajos destinados al “cuidado de otros” dentro y fuera de la familia, así como la economía del cuidado como campo de políticas.” (Henríquez 2003: 45). La familia “no es sólo un lugar de reproducción social y humana sino un espacio de elaboración de proyectos y soporte emocional para las personas.” (p. 48). Para Henríquez una labor de las mujeres es asumir el desafío de “resignificar sus usuales espacios de acción así como de teñir de género los nuevos, en un momento en que, aunque las economías se estabilicen, las ofensivas conservadoras contra los derechos de las mujeres apuestan a incidir en el sentido común.” (ibídem)

A manera de síntesis, Henríquez plantea que las capacidades argumentativas en torno a los derechos y la afirmación de la ciudadanía desde la mujeres ha permitido:

  1. El posicionamiento de las mujeres respecto de sus derechos sexuales y reproductivos, así como las políticas por la no violencia. A pesar de las marchas y contra marchas y de la ofensiva conservadora en nuestros países, se han producido innovaciones jurídicas a favor de las reivindicaciones que favorecen a la autoafirmación de las mujeres, como individuos y como colectividad. Estos logros todavía son parciales y son materia de continuos debates. (Henríquez 2003: 30)

  2. En la medida en que los derechos económicos y sociales llaman la atención sobre las inequidades y la justicia distributiva, se corre el riesgo de que se perciban como demandas de una parte de la población; los excluidos, los pobres, los “otros”. Esta percepción también existe entre algunos sectores de mujeres; sin embargo, las experiencias asociativas locales han sido en la práctica espacios de fortalecimiento de relaciones solidarias. (ibídem)

Referencias bibliográficas:

Narda Henríquez: Ciudadanía y derechos en una nueva Era: Los Derechos Económicos y Sociales de las mujeres como desafío. Lima, CLADES, 2003.

El feminismo en el Perú, señala Henríquez, fu visto, en un primer momento, como un factor trasgresor, una rebelión, y como una “reivindicación de las mujeres” (1). Ya en una segunda etapa, en los ochenta, el feminismo toma un papel activo político con un discurso más elaborado (2). En años posteriores, en una fase posterior del movimiento feminista, ya en los noventa, se da un reconocimiento de una instancia de lo político a nivel amplio y un reconocimiento de la diversidad. (3)

La autora Julia Kristeva, resume las tres generaciones en las luchas del feminismo contemporáneo: “la primera, volcada a la búsqueda de la igualdad con los hombres. Una segunda generación de radicalización que exaltó la diferencia y, finalmente, una tercera que, entre otras cosas, criticaba la universalidad de una diferencia radical entre los sexos e incorporaba el concepto de relaciones entre hombres y mujeres, para comprender el género.” (Henríquez 1995: IX)

En el Perú, destaca Henríquez: “Nuestro punto de partida, desde el activismo y desde la academia, fue visibilizar a las mujeres. Esto se sustentaba no sólo en un gesto elemental de justicia sino en una necesidad epistemológica: contar con el aporte al conocimiento que nace desde la “experiencia” del ser mujer.” (ibídem).

Como parte de la historia del feminismo en el Perú, surgen las primeras organizaciones feministas alrededor de los años setenta y ochenta, se funda Alimuper, como una de las primeras organizaciones que plantea el tema del aborto y que al mismo tiempo hace oposición a la cosificación de la mujer, al tratamiento de la mujer como objeto. Posteriormente surgen Manuela Ramosy Flora Tristán. Henríquez trabaja directamente en la fundación deFlora Tristán, pero concentrándose no propiamente en la institucionalización del feminismo, como indica en la entrevista, sino en la vida intelectual por un lado, y en la participación política en el Frente Izquierda Unida, por el otro. Henríquez se distancia, y esto lo ve para su caso, como una posición minoritaria, de este momento del feminismo en el que para las activistas feministas existe una separación entre su activismo y el trabajo en los partidos políticos. Henríquez se incluye, no en un partido político, sino en el frente que reúne los sectores políticos de la izquierda, para participar con una mirada feminista, pero incluyendo todos los temas, procesos y problemas de la sociedad: “Mirándolo como analista, como académica, yo entendía el proceso de maduración y crecimiento del feminismo que ha cambiado, porque ahora se ha vuelto mucho más múltiple, con un reconocimiento de la diversidad, de lo que en los años 1980-1985 era. En América Latina, sobre todo, hay mucha más apertura y tolerancia del feminismo de lo que había en los ochenta. En los ochenta había mucho más la tendencia a ser mucho más coordinado, con liderazgo más conocido, y ahora hay más reconocimiento de la diversidad, que es un poco donde yo actualmente me defino como una “feminista del umbral.” (2)

Hacia fines de los ochenta, Henríquez pasa del trabajo del movimiento de mujeres y de establecer planteamientos sobre el “sujeto mujeres”, a diferenciar el movimineto amplio de mujeres del feminismo: “El feminismo era una parte de ese movimiento, pero no es el todo.” En este momento la autora define el feminismo como una corriente cultural: “Me doy cuenta que el feminismo es principalmente una corriente cultural, lo defino como una corriente cultural y voy afirmando hacia fines de los ochenta y comienzos de los noventa, que el feminismo es una corriente cultural y que es un sujeto activo en la vanguardia.” (2)

Henríquez considera que el conocimiento que el feminismo le aporta a las mujeres es un conocimiento general de la condición humana y no particular de la mujer o de las relaciones de pareja: “entonces, me hace falta tener más elementos conceptuales para poder expresar mejor lo que los cambios de la presencia de mujeres suponía sobre la condición humana y cómo eso no sólo era un problema de relaciones entre varones y mujeres, o de identidades (femenino-masculino, feminidad-masculinidad), sino como eso entra a formar parte de estructuras e instituciones. Creo que siempre he tenido esa preocupación de comprender estos cambios como parte de cuestiones sistémicas o institucionales, que tienen que ver con el ordenamiento social y no sólo con las relaciones de pareja.” (2)

Con relación a las etapas y al proceso de maduración del feminismo en el Perú, la autora presenta como un primer momento del feminismo la entrada del tema de la subordinación de la mujer. Luego, el feminismo plantea el problema del Estado laico y la píldora del día siguiente.

Sobre lo que pasa con la familia, el discurso conservador ha expuesto que tanto el feminismo como Los Estudios de Género se posicionan contra la familia. Henríquez apunta al problema de que ha existido muy poca investigación en relación con la familia. No obstante, el feminismo “ha desarrollado un trabajo bastante elaborado sobre la relación entre el Estado y la Iglesia. Entonces, hay un debate en este momento en los últimos años ya más allá de lo del conflicto armado, hay un debate con el resurgimiento de la Iglesia conservadora y de sectores del Opus Dei en el Perú, respecto de la relación entre el Estado y las Iglesias. Ya no de la Iglesia Católica sólo, sino de las Iglesias. Y claro, en el caso del Perú, es un país que ha tenido una tradición católica muy fuerte. Pero yo diría que el común de las gentes toma su catolicismo con bastante flexibilidad, no como la jerarquía de la Iglesia Católica lo define. Y entonces, la Iglesia es el pueblo en lugar de la jerarquías. Esa distancia en el Perú funciona. Pero como hay un sector conservador ahora que está tratando de que sus planteamientos sean los que prevalezcan, ha sido muy fuerte el debate en torno a la relación con el Estado. El Estado laico es un tema que el feminismo está planteando, y en torno al problema de la píldora del día siguiente, del uso de la píldora del día siguiente. El sector conservador de la Iglesia plantea que es una píldora abortiva. Entre el gobierno anterior y este gobierno, los ministros de salud que han tenido más influencia, pues han sido suficientemente serios para documentar que esto se trata de algo científicamente probado, sobre los efectos más bien de prevención y no tanto de abortivos respecto de la píldora del día siguiente. Y hasta ahora en el Perú, se ha aceptado como parte de la política de salud el uso de la información y parangones que requiera la píldora del día siguiente.” (9)

Por la década de 1990, se pasa entonces al planteamiento de los derechos sexuales y reproductivos, incorporando la economía y los derechos sociales. En esta última etapa, se produce el encuentro entre la academia y el feminismo a través de los Estudios de Género. Se conforma aquí una red más compleja que incluye la ciudadanía, los derechos sociales, sexuales y políticos, la revalorización de la democracia y el estudio de la familia. En los noventa, además, se implementa la cuota de participación como un mecanismo de discriminación positiva para las mujeres. Se plantea la relación entre el reconocimiento de las mujeres y la justicia social, así como se intentan generar condiciones para ejercicios de libertades. (6)

El feminismo en el Perú comienza, dice Henríquez en la entrevista, “con un pie alto, como decimos, contra lo que representaba la masculinidad y los varones. Pero fue cambiando, porque no se trataba simplemente de una polarización varón-mujer, sino de comprender cómo estas relaciones forman parte de un mundo cultural y social.” (3). El tener que abordar las relaciones dentro del mundo cultural y social, lleva a la autora a profundizar en torno a las nociones de género: “Entonces, las nociones de género entre fines de los ochenta y comienzos de los noventa me permiten una mayor elaboración de líneas de interpretación o fuerza interpretativa. Entonces, no es ya el sujeto mujeres o el feminismo, sino una perspectiva de análisis, lo que los Estudios de Género me permiten construir. Una perspectiva de análisis que para unos tiene manuales y códigos muy precisos, y para mí, es la perspectiva que tengo que elaborar cada vez que voy trabajando algo. Y si creo reconocer que el género puede ser una categoría de análisis o una perspectiva de análisis, me permite, me da mucha base teórica y metodológica para la búsqueda de las cosas concretas que yo tengo que hacer. (3)

Como conclusión, con relación al feminismo, Henríquez destaca como su principal logro, el haber podido calar y adentrarse a través de sus luchas y planteamientos en el sentido común: “Debemos señalar como uno de los grandes logros del feminismo del siglo XX el haber colocado temas y problemas en los debates y agendas que permean el sentido común. Un ejemplo de ello es el tratamiento de la no violencia contra la mujer. ¿Será suficiente para afirmar que las mujeres aparecen como una fuerza social demandante de un nuevo pacto social? El camino hasta ahora recorrido por organizaciones de los derechos humanos, movilizaciones de base, organizaciones de los derechos humanos, movilizaciones de base, organizaciones feministas así lo sugieren, a nivel internacional.” (Henríquez 2003:18)

Con relación a la trayectoria de Henríquez como feminista, la autora se observa como una “feminista del umbral”. Esta noción implica dentro de su trayectoria, haber asumido una posición de mediación o interpelación en la lucha por la igualdad social y la democratización de la sociedad, entre las diversas propuestas que incluyen las del movimiento feminista y las producidas en diversos ámbitos o espacios de acción, como los de los sectores políticos y la política estatal, en el trabajo de recuperación de la sociedad peruana luego del conflicto armado, o los de los del movimiento amplio de mujeres y movimientos de resistencia y de base, los de la sociedad civil, entre los que se incluyen la lucha por el aprendizaje y la formulación de los derechos para las mujeres, y por los derechos humanos en general.

Referencias bibliográficas:

Narda Henríquez: Ciudadanía y derechos en una nueva Era: Los Derechos Económicos y Sociales de las mujeres como desafío. Lima, CLADES, 2003.

Narda Henríquez: Presentación, en Narda Henríquez y Maruja Barrig (comps.): Otras pieles. Género, Historia y Cultura. Lima, Pontificia Universidad Católica del Perú, 1991, p. IX-XV.

El género como problema teórico o hallazgo de elementos conceptuales, aparece primero en los textos clásicos de disciplinas como la Psicología y la Antropología, posteriormente, se generaliza y pasa a los otros campos de las ciencias sociales (Henríquez 1996: 9). La difusión y profundización de la categoría de género, como destaca Henríquez, en relación con el Perú y el contexto latinoamericano, confluye con la existencia y riqueza de un movimiento amplio de mujeres (Henríquez 1995: XI).

Las primeras referencias teóricas, así como las más recientes contribuciones de académicos/as y feministas, muestran la utilidad analítica de la categoría de género (Henríquez 1996: 9). Por medio del hallazgo del género se hicieron visibles nuevos problemas y conflictos que no habían sido percibidos hasta ese momento y que expresaban lo que los cambios de la presencia de mujeres suponía sobre la condición humana (3).

La irrupción del género transforma la idea de sociedad, al plantearse a través de su rendimiento como categoría analítica o como enfoque crítico en las investigaciones, no sólo los problemas relativos a las relaciones entre varones y mujeres, o a la construcción de las identidades femeninas o masculinas, sino en general, y de manera central como parte del debate crítico social y feminista, el problema de la configuración de la sociedad como estructura constitutivamente desigual. Dentro de esta línea de crítica a una desigualdad social constitutiva, las nociones de género permitieron “establecer que las desigualdades construidas en base a las diferencias sexuales constituyen un aspecto fundamental de la sociedad al estructurarse como eje de desigualdad, articulado con diferentes grados e intensidades a otros ejes de desigualdad (clase, etnia, generación).” (Henríquez 1996: 9).

No obstante, destaca la autora, dentro de los usos y aproximaciones que ha tenido el género se debe señalar “que un observador acucioso podría descubrir indefiniciones y ambigüedades en el uso de las nociones de género. En efecto, muchas veces sólo se ha sustituido género por mujer, en otros casos se alude a la necesidad de introducir la variable género que, en pocas palabras, significa considerar el acceso a información diferenciada por sexo.” (Henríquez 1995: XI). Para Henríquez, el género permite tener acceso a una capa más densa o compleja de lo social, pues lo que se busca es “relevar el valor explicativo de la perspectiva de género y llamar la atención sobre las desigualdades y la falta de oportunidades, lo que en sociedades excluyentes y autoritarias es, sin duda, subversivo.” (ibídem). Con esto, el aspecto de la desigualdad social es clave para remarcar que con la perspectiva de género se traspasa el problema de las “diferencias en sí mismas”, llegando a entrever “las desigualdades que sobre esas diferencias se constituyen.” (Henríquez 1996: 11)

En una primera aproximación, el género, según Henríquez, es una noción que en primer lugar “nos permite poner de relieve el proceso de constitución social de las identidades generadas en la experiencia personal respecto de las diferencias sexuales.” (Henríquez 1996: 9). Este proceso de constitución social alcanza una doble dimensión: la dimensión psíquico-subjetiva y la histórico-cultural (ibídem). En un grado más amplio, las nociones de género permiten “desarrollar un marco analítico y explicativo sobre el modo en que las estructuras institucionales y mentales actúan reproduciendo o modificando una lógica de género, reforzando la feminización de la pobreza, el sexismo en la educación, valorando la maternidad y/o subvalorando la reproducción humana, entre otros.” (ibídem). Teniendo en cuenta otra forma aproximación al uso del género, la perspectiva de género sirve “como una sonda de arqueólogo para explotar la condición de género de distintos sujetos sociales trátese de movilizaciones como las madres de la Plaza de Mayo o las señoras de Villa El Salvador, de mujeres que buscan consolidar sus derechos, o de varones que reflexionan sobre la masculinidad y el valor de la paternidad.” (ibídem)

En cuanto a las limitaciones de la categoría de género, Henríquez señala como problema el hecho de que el género no ha quedado hasta hoy anclado en el sentido común y puede resultar por ello poco estimulante (ibídem), a pesar de que para la autora, la perspectiva de género es crucial tanto para la producción del conocimiento, como para el “quehacer político, búsqueda de alternativas para atender problemas de desarrollo y de democracia.” (Henríquez 1996: 9)

En la entrevista, Henríquez se refiere a la centralidad que la categoría de género adquiere en su trabajo desde su aparición en el ámbito académico: “Las nociones de género me permiten otorgar fuerza interpretativa, dar interpretación sobre lo que está ocurriendo.” La introducción del género le permite a Henríquez afianzar el enfoque crítico social, que había comenzado, como parte de su trayectoria académica y política, en los años setenta, con sus estudios de sociología y con su interés por la construcción del sujeto mujeres, con su participación política y en el movimiento amplio de mujeres, con la fundación de Flora Tristán, hasta llegar en la década de los noventa, con la fundación de los Estudios de Género en el Perú y su participación en la Comisión de la Verdad y en la construcción democrática de la sociedad peruana.

Para Henríquez la categoría de género se constituye finalmente en una proceso dinámico que implica la reelaboración de lo que significaría en cada caso, asumir una perspectiva de género o trabajar el género de manera analítica: “Y si creo reconocer que el género puede ser una categoría de análisis o una perspectiva de análisis, me permite, me da mucha base teórica y metodológica para la búsqueda de las cosas concretas que yo tengo que hacer.” (3)

Los Estudios de Género

Narda Henríquez participa en el proceso de formación de los Estudios de Género y en su fundación en el año 1990, dentro de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Católica en el Perú. Con este programa de estudios se conforma el Diploma de Estudios de Género un año después, en 1991. En el Perú, se introducen directamente los Estudios de Género en vez de los Estudios de la Mujer, como destaca Henríquez en la entrevista, que querían proponer algunos sectores académicos: “Pero insistimos en Estudios de Género para decir que estamos interesadas en mujeres, en sujetos colectivos, en la dimensión personal, pero que nos interesaba también dar cuenta de los cambios en la sociedad e interpretar esto como parte de cuestiones que afectaban a las instituciones en otros registros simbólicos, culturales, y eso es lo que nos permitió trabajar interdisciplinariamente.” (10). Con esto se diferencia entre “estudios de género” y “estudios de la mujer”, pues mientras que estos últimos colocan un énfasis en “las mujeres como sujetos colectivos y en su dimensión personal”, los Estudios de Género “son una constante manifestación de la fuerza interpretativa, cuestionadora, interpeladora”. Sin embargo, ambos, los Estudios de Género y de la Mujer: “han contribuido a “visibilizar” la acción de las mujeres, logros en el plano jurídico respecto de sus derechos y una nueva reflexión sobre “lo humano”. (10)

El núcleo central de estos estudios lo conformaron, dentro de su etapa de surgimiento, psicólogas, sociólogas y antropólogas, posteriormente, participaron también, antropólogos y economistas varones. Luego se fueron sumando las economistas mujeres y las abogadas, incluyendo las ramas de filosofía del derecho y enseñando sobre derecho y género. (4)

En el programa de los Estudios de Género, Henríquez distingue al menos cuatro ejes. En primer lugar: “hay un desarrollo muy amplio en los Estudios de Género sobre cómo incorporar identidades no solamente las identidades de feminidades y masculinidades, sino reconocer que hay opciones sexuales” –este enfoque se amplía en la Universidad de San Marco que abre un programa de Estudios de Género, con mayor interés en trabajar el tema de la diversidad sexual–. Dentro de este eje se trabaja el reconocimiento de la diferencia sexual, la tolerancia hacia el lesbianismo y la homosexualidad. En la primera etapa del Diploma se dan entonces los estudios de las identidades, feminidades y masculinidades, se incorporan las identidades de género y sexuales. Además se establece una diferencia entre los Estudios Culturales y estudios con mayor enfoque en lo político. En esta línea se introducen las investigaciones sobre políticas de género, políticas públicas y estrategias de las mujeres, incluyendo no sólo las políticas feministas, sino los aportes de las Ciencias Sociales, el Psicoanálisis y la Política. En un segundo eje se trata también la problemática del cuerpo, la resignificación del cuerpo de la sexualidad y la necesidad e importancia de redefinir al sujeto, de redefinir la autonomía del cuerpo y de la libertad. Dentro del tratamiento del cuerpo se contemplan también las problemáticas relacionadas con la diferencia étnica y cultural y los planteamiento del cuerpo y la subjetividad: cómo se encuentra en el cuerpo una subjetividad, y cómo dentro de la sexualidad, están implícitas las ideas de necesidad, libertad y derecho.

En un tercer eje se introducen los problemas de memoria e imaginarios, los relatos de mujeres y la memoria colectiva. En un último eje, se plantea la existencia de los códigos de género, de poder y de guerra, se observan las tendencias de la militarización como vulnerabilidad de las democracias, junto con los conflictos generados por el autoritarismo, la violencia y los espacios de obediencia. (10)

Una de las críticas que han planteado los sectores conservadores de la Iglesia y la sociedad es que dentro de la corriente feminista y los Estudios se cuestiona la familia. En realidad, señala Henríquez, “hay un desconocimiento de qué son los Estudios de Género. Están polemizando con una manera de entender los Estudios de Género como una ideología. Ellos hablan de que hay una ideología de género, es como que los Estudios de Género no tendríamos un estatus académico, sino que somos una ideología. Y en esa polémica lo que señalan es que la ideología de género está en contra de la familia.” (9). Lo que destaca Henríquez es que no existen suficientes estudios sobre familia: “Lo que creo que tenemos que reconocer es que hay un vacío de los estudios de familia en general en América Latina, que recién se esta trabajando. Y que hay una tendencia a plantear la familia como una familia homogénea, nuclear, un modelo ideal que no existe y nunca existió en el Perú. Un tipo de familia. Hay muchas familias que son jefas de hogar, hay familias que son más extensas, etc. Y en las zonas de conflicto armado hay muchos niños que han quedado solos, y muchas viudas, y mujeres que se han desplazado con sus familias para evitar la violencia. Hay muchos cambios en las zonas rurales en cuanto a la estructura familiar que los sectores conservadores de la Iglesia no reconocen.” (9)

La formación de género “más que una vinculación directa con la práctica social” es “una vinculación mediada”: “Formamos a un conjunto de profesionales que son como mediadores en sus trabajos de promoción social. Desde el año 1991 tenemos promociones de egresadas del Diploma, que son abogadas, activistas del feminismo, mujeres que trabajan con organizaciones de promoción de la mujer en zonas rurales, funcionarias de gobierno. Hay investigadoras y hay una retroalimentación de muchas personas que están en el trabajo de promoción social o desarrollo social a la que estamos contribuyendo en su formación (…). Aparte de esta labor que es la principal, que es la formación de los estudiantes del Diploma, también estamos haciendo una serie de foros y de trabajos. Por ejemplo, hemos tenido durante estos dos últimos años lo que llamamos Campañazgo Armiñán, pero eso tiene que ver con lo de la Comisión de la Verdad, que es saber qué pasa con las mujeres luego del conflicto armado. Pero eso es parte de los espacios de foro, de debate, que estamos promoviendo en estos últimos años. Pero nuestro trabajo más importante creo que tiene que ver con la formación de nuestros propios estudiantes. Dentro de la universidad y fuera de la universidad hay campañas por la no violencia contra la mujer. Ya varias de nosotras formamos parte de los escritos de las campañas también. Estamos vinculadas con trabajos de apoyo o consultoría a distintos programas del sector público, pero yo creo que lo más importante son nuestras propias egresadas.” (5)

Siguiendo a Joan Scott, Henríquez señala que “ubicar los estudios de la mujer desde una perspectiva de género les dio a los primeros una cobertura más amable, menos amenazante para los colegas hombres y nos abrió en algunos países de América Latina, la posibilidad de institucionalizar aquello que durante años había permanecido marginal y exiliado del mundo académico. En la actualidad existe un corpus teórico elaborado y complejo en torno a las nociones de género que aporta no sólo al conocimiento sobre la situación de las mujeres sino sobre el ordenamiento social en su conjunto. Las relaciones de género constituyen un eje de desigualdad que estructuran jerarquías y establecen relaciones de poder. Las identidades de género, de otro lado, son resultado de procesos culturales y sociales sustentadas en factores de orden sistémico.” (Henríquez 1995: X). Con esto, Henríquez distingue entre relaciones e identidades de género como dos campos de estudio y atención.

Para finalizar, la autora hace énfasis en el carácter dinámico y transformador y de autocrítica y prueba que deben propiciarse en los Estudios de Género: “Comenzamos con una legitimidad que nos sorprendió y el estatus académico de los Estudios de Género fue legitimado, pero no quiere decir que se logró y que ya está consolidado, sino que siempre hay que seguir retroalimentando ese estatus académico, o sea, que logramos establecerlo, pero no está consolidado. Siempre hay que probarlo. Es una constante manifestación de la fuerza interpretativa, cuestionadora, interpeladora que puede tener.” (3)

Referencias bibliográficas:

Narda Henríquez (1996). Encrucijadas del saber. Los estudios de género en las ciencias sociales. Pontificia Universidad Católica del Perú. Programa de Estudios de Género. Facultad de Ciencias Sociales.

Narda Henríquez, Maruja Barrig (1995). Presentación, en: Otras pieles. Género, Historia y Cultura. Lima, Pontificia Universidad Católica del Perú, pp. IX-XV.

En Defendiendo la Vida en una Democracia por hacer (1991), Narda Henríquez hace mención a procesos que son clave para la construcción democrática en el Perú y que a pesar de esto no han sido lo suficientemente tratados o debatidos por los cientistas sociales. Los procesos que señala la autora tienen que ver con la constitución de los actores políticos, el fortalecimiento de la sociedad civil, y los factores que actúan en contra de la construcción democrática. (Henríquez 1991: 28). El planteamiento de Henríquez es observar cómo inciden en sociedades como las del Perú y dentro del proceso de construcción democrática, las grandes desigualdades sociales y la pluralidad cultural: “Por ello consideramos de utilidad reseñar algunos planeamientos que abordan el dilema de la construcción democrática en países del tercer mundo o con diversidad cultural como el nuestro.” (págs. 28-29). Desde esta perspectiva, la pluralidad cultural o diversidad cultural son asumidas de manera crítica en la medida en que ciertos valores y ciertas creencias que se vuelven hegemónicos no producen el mismo reconocimiento para todos los grupos e individuos que pertenecen a esa misma sociedad: “Hemos dicho que un aspecto central en la democracia de las sociedades es la vigencia de un núcleo de valores y creencias que son adoptadas consensualmente por la población, dicha aceptación puede plasmarse en instituciones o leyes, no se trata ya de ideas o de discursos, estamos hablando de la convicción necesaria en normas o creencias, lo que se entiende de modo general como legimitidad.” (págs. 34-35).

La democracia vista desde los sujetos mismos remite, indica la autora, a los procesos de identificaciónde los individuos y a su constitución como actores o sujetos: “es decir, el considerarse a sí mismos como diferenciables e identificables.” (p. 35). La identificaciónes un doble proceso que vincula: a) los principios políticos de individualización que rigen en una sociedad (mercado, clase, etc.) y b) la adquisición de identidades (procesos de socialización, registros imaginarios). Los primeros, están sujetos a continuidades y discontinuidades, mientras que los segundos constituyen un sustrato inconsciente o simbólico. (ibídem)

En los procesos de identificación de las mujeres, Henríquez destaca que existe un “mayor peso de los aspectos que se refieren a su experiencia personal, vivencial: la niñez, la pareja, la familia, la tradición, etc. Siguiendo este esquema habrían estado relativamente menos expuestas a los procesos políticos de individualización externos a su mundo familiar, tales como el mercado que singulariza y privatiza la participación en gremios y corporaciones, en menor relación con el estado de los partidos, etc. (ibídem)

Antes que se comenzaran a pensar los procesos de identificación, el estudio de la construcción de identidades ocupó una etapa del pensamiento y la crítica social. Por un lado, Henríquez se refiere al trabajo de las identidades como una de las líneas temáticas del programa de los Estudios de Género y el Diploma de Género, en una primera etapa del programa, que estuvo marcada por el estudio de las feminidades y masculinidades. En esta primera etapa “ha sido muy fuerte el énfasis en comprender la elaboración de identidades y las diferencias culturales y sociales en construcción de identidades, de feminidades y masculinidades” (6). En el caso de las feminidades, “había una expansión de los modelos de referencia y deconstrucción de identidades”, y se produjeron mayores “expectativas sobre distintas formas de ser mujer y de ser madre. En cambio, en el caso de los varones; había más bien una crisis de representación de la masculinidad. Entonces, había menos ofertas de cambio y de formas de construir su masculinidad, y esa fue una constatación interesante” (6). Con relación a los estudios de las masculinidades, se estableció una diferencia entre una masculinidad hegemónica y otras masculinidades que presentaban variedades a nivel regional. Se produjeron además investigaciones dentro de este programa de estudios, que trataron con un enfoque más existencial, el peso de figuras como la del “padre autoritario” y el “padre ausente”: “Con la conquista española, la ausencia de figura masculina en la mitología renueva su vigencia, aunque con una naturaleza distinta, iluminando dos factores gravitantes en la construcción de nuestra identidad: el mestizaje y la bastardía. El tema del “padre ausente” ha surgido en trabajos pioneros en América Latina como un problema fundante no sólo en la estructuración de las relaciones familiares en la región sino en la construcción de la masculinidad y de la feminidad.” (Henríquez/Barrig 1995: XII)

Con esto las investigaciones sobre identidades han tenido que tener en cuenta la interrelación de los conflictos de clase, los étnicos y raciales, y los de género: “Cómo no recurrir a una perspectiva comparativa para abordar nuestras interrogantes básicas sobre la matriz histórico-cultural de las sociedades latinoamericanas, matriz en que se sustenta la construcción de identidades (…).” (ibídem). En cuanto a la historia del estudio de las identidades: “Hasta 1970, la clase social era considerada como la variable más gravitante en el análisis político y social. Fue después de ese período que género y etnia, en tanto sistemas de diferenciación social, comienzan a merecer la atención de los estudiosos. Surgió la preocupación por las identidades étnicas y de género, por conocer cómo un individuo o un grupo social llegan a ser lo que son, a sentirse “parte de” y cuáles son los elementos que desencadenan cambios en su identidad. Lo subjetivo, lo cotidiano, la cultura cobran así una importancia notable que nos obliga a buscar formas de aprehenderlos.” (Henríquez 1991: 51)

Dentro de la perspectiva de género, Henríquez junto a Maruja Barrig, realizan una compilación para profundizar más el problema de la construcción de identidades y de la conformación de los actores políticos y sociales: Otras pieles. Género, Historia y Cultura. Partiendo del contexto chileno, Sonia Montecino, en: La conquista de las mujeres: mestizos al revés y al derecho: “busca en el pasado elementos para comprender la construcción social de las diferencias sexuales y descubre la figura del mestizo “al derecho”, hijo de una mujer mapuche y un español, y el mestizo “al revés” nacido de española –generalmente una cautiva– y un mapuche. La violencia de la conquista que se expresa contra las mujeres permeará los surcos de su identidad pero también la de sus hijos. La vivencia del mestizaje, que en nuestra historia aparece constantemente asociado a la bastardía, trae como consecuencia la negación de nuestro origen. Para Montecino, el fenómeno del “blanqueamiento”, de adjudicar a lo blanco-extranjero valores superiores, implica la obliteración de la madre india.” (ibídem).

Por su parte, Patricia Oliart, analiza cómo “el “blanqueamiento” puede convertirse en una obsesión si la cuestión racial articula el poder y el control social (...). Su lectura acuciosa de los intelectuales limeños de fines del siglo pasado, le permiten a Oliart reconstruir los estereotipos raciales masculinos y femeninos que ellos difundieron, para descalificar la ciudadanía de quienes no fueran blancos, y hombres. En nuestros países, la visión de lo femenino y lo masculino está mediado por criterios no sólo sexuales sino también raciales. (ibídem). En este momento se puede observar con relación a las mujeres: “su disminuida condición de mujeres, de ilegítimas, de ciudadanas disminuidas.” (p. XIII).

En estos estudios, señala Henríquez, se juntan el dilema personal con el dilema del país. El reconocimiento de “uno mismo” como parte de este dilema es lo que la autora llama “identidad escindida”: “La cultura de la dominación ha sido tan fuerte que a muchos peruanos que somos como yo, de la piel mestiza y cholo, ha costado que se reconozcan como tales. Ahí es cuando yo hablo de identidades escindidas, que es un proceso que no es sólo que reconozcamos al otro, sino que nos reconozcamos a nosotros mismos como parte de ese dilema, y eso ha sido muy trabajado en los últimos años, o sea que es nuestro reconocimiento, el reconocimiento de nosotros mismos.” (11)

Al referirse a las disciplinas de la Antropología y la Sociología, Henríquez destaca lo que eran las tendencias de cada una, la primera, enfocada más en lo micro y en el estudio interno de las sociedades compuestas por grupos diversos, y la segunda, enfocada en lo macro: “Hoy día tenemos un panorama distinto. Por un lado las dos disciplinas se acercan a este reconocimiento de miradas locales y macropolíticas, macroeconómicas, macrosociales, y por otro lado, hay necesidad de estudios etnográficos que nos den cuenta de qué está pasando en cada comunidad. Ese es un acercamiento a las disciplinas. Pero lo otro, es que la manera en que se entiende hoy lo indígena no es la misma que se hace treinta años. Se ha reindigenizado el discurso. Lo indígena aparece pero de otra manera.” (6). Por un lado, Henríquez señala en la entrevista, que se ha practicado un “indigenismo Light”, o una banalización de las tradiciones indígenas, una instrumentalización de lo étnico, sin embargo, por otro lado, “hay una realidad de un mundo intercultural que tenemos, con el cual tenemos que dialogar, y hay otra realidad, de que en cada uno de nosotros hay algo de lo cholo y peruano.” Para la autora habría que trabajar tanto con esa realidad intercultural como con la aceptación de los propios dilemas identitarios para cada uno de los sujetos que estudia la sociedad.

Para Henríquez, una forma de aproximarse a las identidades, sigue la línea de trabajo, tanto de Nancy Fraser como de Boaventura de Soussa do Santos, que desde el Brasil, intentan recuperar una doble mirada de reconocimiento y redistribución. Por un lado, se tiene “que comprender estas afirmaciones de nuevas identidades de mujeres que a las cuales hemos contribuido generacionalmente a producir, de mujeres y varones”, por el otro, “generar las condiciones para esa afirmación de las personas, generar condiciones para ejercicios de las libertades, y esas condiciones también tienen que cambiar.” (6)

Dentro del proceso de democratización de la sociedad, se entiende entonces la relación entre identidad-legitimidad y la violencia-violación de Derechos Humanos cuando no existen las suficientes ofertas identitarias para que una sociedad se pueda pensar o construir verdaderamente como una sociedad democrática. Cuando los individuos y los grupos no se sienten legitimados, se producen rupturas que ocasionan la desigualdad social (Henríquez 1991: 26).

Referencias bibliográficas:

Narda Henríquez: Defendiendo la Vida en una Democracia por hacer, en: Narda Henríquez y Rosa María Alfaro (comps.). Mujeres, Violencia y Derechos Humanos. Madrid, IEPALA, 1991, p. 25-44.

Narda Henríquez: Presentación, en: Narda Henríquez y Maruja Barrig (comps.): Otras pieles. Género, Historia y Cultura. Lima, Pontificia Universidad Católica del Perú, 1995, p. IX-XV.

La participación de las mujeres, en el caso del Perú, se puede comprender desde la perspectiva de Henríquez, teniendo en cuenta dos ámbitos principales: el surgimiento del movimiento amplio de mujeres de base y el feminismo. (2)

Alrededor de los años 1970, surgen movimientos de base en las comunidades vecinales de los barrios conformados sobre todo por jóvenes. De allí surgen las organizaciones masivas populares de mujeres. Las organizaciones vecinales “fueron las primeras organizaciones y en ese periodo de los jóvenes vecinales, participan muchas mujeres”. Posteriormente, se crean las organizaciones para la supervivencia y apoyo alimentario. En los años setenta, la organización de mujeres y la experiencia colectiva de mujeres es masiva tanto en clases medias como las clases populares: “En el mundo de las clases medias principalmente se fue pensando lo que significa la condición de la mujer, la necesidad de tener más presencia, más protagonismo. Hay un movimiento solidario internacional con los procesos de Argentina, o en Nicaragua, hay un movimiento latinoamericano de mujeres y hay un movimiento de base de mujeres.” (1)

Respecto del movimiento de mujeres, Henríquez observa varias etapas. Una inicial, como etapa de autoafirmación y cuestionamiento de cómo se ejercía la política: “hay, por un lado, una necesidad de redefinir qué significa la política para las mujeres y la capacidad de autonomía que puedan tener respecto de sus expectativas y de sus proyectos. Me parece que eso marca muy fuertemente la afirmación de ciertos espacios de autonomía y decisión.” En esta etapa, la prioridad de Henríquez es mirar a las mujeres como sujeto: “como un sujeto actuante, con capacidad de agencia, pero como expresión de un sujeto que forma parte de la creación de acciones, pero también de producción de conocimiento.” (2)

Entre los años ochenta se forman organizaciónes femimistas como Alimuper, Manuela Ramoso Flora Tristán: “Organizaciones feministas como Alimuper, que es una de las primeras que tiene muy localizado el tema del aborto, y hace oposición al tratamiento de la mujer como objeto, a la cosificación de la mujer, tiene una campaña ubicada en temas específicos”. Pero después vienen otras organizaciones como Manuela Ramosy Flora Tristán, que son de las dos más importantes organizaciones feministas en el Perú.” (2)

En esta segunda etapa, marcada por el feminismo, en el año 1982, se realiza en Lima, la Conferencia Latinoamericana de Mujeres, que pone mucho énfasis en la vivencia, en la experiencia como fuente de conocimiento. En este momento, el trabajo de Henríquez se dirige más a una línea que tiene más en cuenta la reflexión y el trabajo académico. La autora percibe un especie de encerramiento en el movimiento feminista de esos años, debido a esto, Henríquez se aproxima más a la academia y al trabajo político.

En cuanto a la participación política de las mujeres, Henríquez ubica dos campos. El de el Frente de Izquierda Unida y el del feminismo activamente político. En esta doble participación se da según la autora una tensión entre la esfera personal y la política. En el momento en que aparece el Frente crece a la par Sendero Luminoso, en esta etapa entran en tensión los temas de la vida cotidiana, los proyectos colectivos y el tema de las mujeres. Con la aparición de lo que Henríquez denomina un frente político amplio, existe a la vez, una tensión entre lo que la autora consideraba como trabajo político y lo que “el feminismo consideraba que había que trabajar autónomamente a diferencia de los partidos”. La autora se ubica aquí en lo que ella considera una posición minoritaria con relación a las expectativas que los movimientos específicamente feministas contemplaban: “Entonces, los años 80 son años de distancia con la experiencia del feminismo, desde mi punto de vista. Yo trabajaba más con los partidos y con el movimiento popular de mujeres. Entonces, el año 85 fue un año en que se vio esta contradicción, porque el feminismo a la vez que se distanciaba de partidos, nombró como delegadas a dos dirigentes feministas para candidatear en la lista de la izquierda donde yo estaba. Entonces, hubo evidencia de la contradicción.” (2)

Otro tema de debate proveniente del movimiento amplio de mujeres es el de la autonomía y el rompimiento del encierro doméstico. Las organizaciones de base de “vaso de leche” y “comedores” eran parte de los quehaceres domésticos en la comunidad: “Uno de los temas de debate –lo recuerdo mucho porque tuvimos un seminario en la Universidad Católica con Elizabeth Jelin y compartíamos una idea que iba contracorriente–, por un lado, las personas decían que la prolongación de lo doméstico no debería perpetuarse. Así que yo creo que ese debate de prolongación de lo doméstico, como reproduciendo la domesticidad, también fue superado por esta constatación, entonces, eso también obligó a redefinir y otorgar un valor social a esa prolongación de lo doméstico en lo comunal, como un reconocimiento social que en los años 1990 se otorgó a las mujeres.” (6)

Como analista y académica, Henríquez observa un “proceso de maduración y crecimiento del feminismo” que “se ha vuelto mucho más múltiple, con un reconocimiento de la diversidad, de lo que el año 80, 85 era. En América Latina, sobre todo, hay mucha más apertura y tolerancia del feminismo de lo que había en los 80. En los 80 había mucho más la tendencia a ser mucho más coordinado, con liderazgo más conocido, y ahora hay más reconocimiento de la diversidad, que es un poco donde yo actualmente me defino como una feminista del umbral. (2)

Por último, en los noventa, se institucionalizan los Estudios de Género. Con esto la participación de las mujeres, no sólo contempla la de las organizaciones populares y movimientos de base, o las de las esferas del feminismo político o cultural, sino también el ámbito académico y de institucionalización de los estudios de mujeres y de conflictos de género. Aquí se enlaza el trabajo particular de la autora con los aportes teóricos y las situaciones concretas que acontecen en su país. En este cruce la categoría de género se convierte en una categoría amplia que le permite construir un discurso crítico social. Henríquez expone que el activismo era mucho más intenso que la investigación. Así se proponía como forma de participación enraizar una mirada teórica, promoviendo los estudios sistemáticos, teniendo en cuenta la situación de la sociedad peruana: “atravesada por muchas desigualdades sociales, pero también étnicas y culturales”. Así los Estudios de Género proponen el punto de vista teórico como un campo de saber acumulativo en el que la teoría se nutre sistemáticamente a nivel internacional de todos los aportes teóricos producidos hasta el momento. En esta misma se reconocía el papel social de las mujeres “como soporte social e institucional”. (1)

A manera de resumen, el movimiento de mujeres contempla una etapa inicial como momento de autoafirmación y cuestionamiento de cómo se ejercía la política y del rol de las mujeres en una sociedad que había determinado los roles que las mujeres debían ejercer (2). Se construyen espacios de autonomía y decisión. Las mujeres debaten su condición de sujetos y de sujetos actuantes con capacidad de agencia. En los años 1980 se vuelve central el estudio de la vivencia y vida cotidiana de las mujeres. En este momento tiene lugar la Conferencia Latinoamericana de Mujeres, donde se conjugan la vivencia con la investigación y la teoría. Con relación al feminismo, existen entonces dos momentos. El primero, con relación a la reivindicación de las mujeres y a su lugar en la sociedad y la política, y el segundo, como movimiento crítico social, ubicado en una esfera de mayor diversidad.

Con los movimientos sociales que como señala la autora, “tienen como referente de identidad un ámbito territorial”, la comunidad se constituye en un determinado ámbito para recuperar una visión “política” (Henríquez 1991: 36), con esto, la “mujer encuentra así un espacio de inserción político no en el mundo de las grandes decisiones y de las élites nacionales, sino en el de la comunidad que concilia su vida diaria con sus problemas, y en el de los liderazgos intermedios. En este espacio que la mujer recupera en cierto modo su “ciudadanía social”, y, aunque todavía seguirá siendo una ciudadanía de segunda categoría, aquí toma la palabra y el liderazgo. Y, es en este mismo espacio en el que incide la violencia, reencontrándose la tradicional modalidad de violencia doméstica con la represión del estado, la intimidación y, el terror, y la violación de los derechos humanos.” (Henríquez 1991: 36)

Por su parte, las ONGs, “inicialmente orientadas también a la educación popular, hoy tienen nuevas exigencias en el campo de la educación ciudadana y los derechos económicos y sociales (…) han puesto en marcha programas y proyectos, por lo general, a escala local. Estos esfuerzos, inicialmente dispersos, fueron articulados en redes nacionales o regionales que les permitió compartir experiencias y metodologías. Las ONGs que trabajan con mujeres se han multiplicado en las últimas décadas y han apartado a la promoción de oportunidades para las mujeres en generación de ingresos, microcrédito, talleres, etc. Aunque sus impactos son modestos, han proporcionado metodologías innovadoras que algunos Estados han incorporados a sus programas y políticas. Las propuestas que surgen de las ONGs de mujeres y de las organizaciones feministas han ocupado un lugar relevante en interlocución con el Estado, que no ha estado libre de tensiones. (Henríquez 2003: 51)

En cuanto a la creación de organizaciones sindicales, organizaciones de base, o de gestión municipal, la participación de las mujeres ha incidido “en programas concretos sobre seguridad ciudadana y no violencia contra las mujeres.” (p. 51). Con respecto a la creación de los Ministerios de la mujer, Henríquez señala que aún “no están definidas las competencias en el campo de derechos económicos y sociales, lo cual requeriría un desarrollo de miradas transversales de género.” (ibidem)

En el campo de las políticas públicas, la sociedad civil y las mujeres, indica la autora, “son un semillero de energías desplegadas, desde la maquila a la microempresa, la economía de cuidado y del activismo a favor de los derechos.” En materia de derechos, sin embargo, sigue subsistiendo el racismo y el sexismo.

Para Henríquez, por último, teniendo en cuenta el caso del Perú, a pesar de encontrarse “frente a un panorama de una sociedad muy desestructurada, con mucha vulnerabilidad social, con un elitismo que se ha vuelto a reconstituir”, existen todavía “sujetos críticos y autónomos”, esto que la autora denomina “masa crítica” que incluye el feminismo democrático y el movimiento amplio de mujeres: “Cómo ha habido tanta pobreza, tanta vulnerabilidad, tanto clientelismo; pues uno diría, todos nos hemos vuelto vulnerables y manipulables, pero felizmente persisten algunas capacidades críticas (…). Hay fuerzas regresivas y progresivas. Felizmente hay algunas progresivas.” Para Henríquez, un momento relevante de la participación femenina, es lo que observa como una fuerza progresiva y que tiene que ver con el aprendizaje de derechos departe de las mujeres, que no constituye un proceso completado o generalizado, pero que sí constituye una lucha relacionada con la participación y el movimiento amplio de mujeres y que la autora ubica como un trabajo que sigue estando presente en el trabajo de los diversos sectores y actores sociales. (12)

Referencias bibliográficas:

Narda Henríquez: Ciudadanía y derechos en una nueva Era: Los Derechos Económicos y Sociales de las mujeres como desafío. Lima, CLADES, 2003.

Narda Henríquez: Defendiendo la Vida en una Democracia por hacer, en: Narda Henríquez y Rosa María Alfaro (comps.): Mujeres, Violencia y Derechos Humanos. Madrid, IEPALA, 1991, p. 25-44.

Entre los primeros planteamientos del feminismo, en el caso del Perú, destaca Henríquez, se hizo central, el tema de la subordinación de la mujer: “Creo que evidentemente se intentaba visibilizar que había un papel de subordinación o segunda fila en las que las mujeres estábamos. Eso era totalmente nuevo y creo que era un denominador común, o el concepto más importante, como parte de una primera etapa en todos los casos.” (6)

Según señala la autora, cuando se habla de la subordinación femenina se habla al mismo tiempo de “valoraciones culturales” o como cada cultura produce valoraciones que repercuten en el desenvolvimiento general de la mujer dentro de una determinada sociedad. Existen por lo tanto, dentro del tema de la subordinación: a) elementos de la ideología cultural que explícitamente desvalorizan a las mujeres, sus funciones, tareas, etc.; b) artificios simbólicos que le atribuyen una cualidad contaminante que de modo implícito supone inferioridad; c) ordenamientos socioestructurales que excluyen a la mujer de determinadas esferas en las que residen los poderes sociales. (Henríquez 1996: 316)

Teniendo en cuenta la teoría de Carl Jung: “en lugar de proponerse el estudio de los determinantes de lo masculino-femenino, de enfatizar la dualidad que separa a la complementariedad que degrada, se propone entender el proceso según el cual ambos elementos forman parte de la persona humana, y de este modo se distancia del psicoanálisis.” (p. 313)

Aplicando esta perspectiva de Jung en relación con el caso del Perú, primero en las zonas urbanas y posteriormente en las zonas rurales, se produce un debate con la pregunta de “si la subordinación era general, o si en el caso del mundo rural en el Perú, había complementariedades en lugar de subordinación. Personalmente, con algunas personas compartimos más, que habiendo complementariedad, también hay relaciones jerárquicas; puede haber cooperación, pero hay jerarquía en el mundo rural.” (6)

Para el tratamiento de la subordinación es necesario tener en cuenta también, siguiendo el caso del Perú y el enfoque de la autora, además de una situación de subordinación reconocida, las relaciones entre subordinación, complementaridad y las jerarquías sociales establecidas, como estructuras dinámicas y complejas: “puede suscribir totalmente, pero en una etapa eso fue un tema de debate: subordinación versus complementariedad.” (6)

Referencias bibliográficas:

Narda Henríquez: Los estatutos del saber y la construcción del "otro": debates y narraciones, en: Narda Henriquez (ed.): Encrucijadas del saber : los estudios de género en las ciencias sociales. Lima, PUCP. Facultad de Ciencias Sociales, 1996, p. 305-322.

Entre los procesos de participación y reivindicación de las mujeres en la sociedad, la realización del derecho de las mujeres, la democratización de los espacios públicos y privados, así como la democratización de la política, dos cuestiones centrales relativas a las mujeres, han sido determinantes: la visibilización y la toma de la palabra.

En el caso del Perú: “Algo que se ha trabajado menos es que estas mujeres elaboraron un proyecto autogestionario, apoyado por sectores de la iglesia progresista, que parece que es un proyecto autogestionario que es el que, no con el discurso, sino con la práctica de estas dirigentes, que son las que se confrontan con Sendero. Entonces, se toma conciencia del valor de la palabra, la toma de la palabra, también del valor del silencio en el mundo campesino. La palabra para las mujeres es expresión de cierta posibilidad de decir lo que piensan. Yo creo que eso es algo que para nosotros queda como muy fuertemente arraigado, entonces ahí se da un consenso, o sea, en el valor de la palabra de las mujeres. La valoración de sí mismas como marca en los primeros momentos y por lo tanto el valor de la palabra como una expresión: “ahora por fin puedo hablar”. Tanto mujeres campesinas como mujeres del medio urbano pueden decir lo que piensan. Este es un paso a la escena de tomar la palabra.” (6)

Luego de finalizar el conflicto armado, el papel de las mujeres en la toma de la palabra fue crucial, sus testimonios en relación con los crímenes cometidos y las violaciones, así como el de otros sectores de la sociedad, sirvieron de eje como formas de denuncia que impulsaron la petición de nuevos derechos, así como la reconstrucción de la memoria colectiva: “La memoria, a pesar de que es la memoria selectiva, y podemos decir que mucha gente tiene cada uno su verdad, hay también hechos contundentes, o sea, no es que es tan relativo, podemos encontrar esos distintos relatos, que tienen que darnos el que colectivamente podamos apropiarnos. Yo creo que lo que en el medio del dolor y la tragedia lo que hemos pasado, se han colocado los relatos de las mujeres como parte de esa memoria colectiva. Entonces, eso también me parece algo nuevo que la Comisión de la Verdad hace. Si en el año 1990, el shockde la época de Fujimori permitió visibilizar a las mujeres urbanas, creo que la Comisión de la Verdad permite la visibilización de las mujeres del campo, de las mujeres quechuahablantes, o sea, es como que una visibilización y un reconocimiento simbólico de su existencia y estos relatos son la memoria que aporta a la memoria colectiva. A pesar de que en muchos casos sean los silencios, digamos, pero su visibilización como rostros ya es una parte de esa memoria colectiva. Y en esa narración del conflicto, el lado que hemos tratado de mostrar, no es el lado épico, sino es el lado cotidiano de esa narración del conflicto. Entonces, esa narración de la cotidianidad como se cuida, se sigue cuidando, amando, a lo largo del conflicto, es otra parte del tratamiento de la memoria y de los imaginarios.” (10)

Dentro de la participación en el espacio académico y en el mundo político o el ingreso de las mujeres a la vida pública, la autora retoma un concepto propuesto en las ciencias políticas, por Sartori, de los “líderes de opinión pública”: “las opiniones no llegan sobre un vacío”. Henríquez observa en el caso del movimiento de las mujeres como representaciones de las bases una toma de la palabra relativo a un proceso de autogestión por parte de las mujeres y de liderazgo (8). El papel de las mujeres de base consistió más allá de su experiencia y de su socialización con lo público, en su ingreso a la vida política como regidoras: “A mí me pareció que uno de los conceptos que viene de las Ciencias Políticas que yo he usado en el informe y en otros trabajos, es que esas mujeres eran líderes de opinión pública, pero líderes de opinión a nivel local. Es decir que no eran mujeres que estaban en la clase política a nivel nacional, que como digo, la sociedad peruana es muy elitizada, la clase política nacional se ve muy distante de lo que pasa en la esfera local. Entonces estas mujeres habían tomado la palabra, se desempeñaban como líderes de opinión local, en el sentido clásico de un cientista político que se llama Sartori, que dice que “las opiniones no llegan”, que la opinión pública no llega sobre un vacío, sino que hay siempre quienes reelaboran la opinión. Y en este caso esas mujeres de base contribuían a elaborar esa opinión. Digamos que creo que esto no era tan visible cuando llega Sendero y se encuentra con esas mujeres a nivel local, y entonces Sendero, no había previsto que estas mujeres iban a seguir hablando, sino que cuando Sendero amenazara pensaban que se iban a callar. Pero estas mujeres, sobre todo las que tenían mayor formación cívica y política siguieron hablando, no se quisieron callar. Ellas decían “somos representación de las bases, por qué nos vamos a callar”. Sendero no nos va a hacer nada. Y Sendero hizo atentados, y Sendero las asesinó. Muchas tuvieron que dejar el país. Entonces, yo sí creo en un concepto que para mí todavía sigue teniendo un peso, una vigencia, no es solamente la conceptualización de género para entender lo que pasa con mujeres, sino la conceptualización de las Ciencias Políticas para enriquecer los trabajos de mujeres y de género.” (10)

Con relación a la violencia, indica Henríquez: “En nuestro abordaje sobre la violencia hemos optado por una perspectiva desde el común de las gentes, en particular, desde las mujeres. Las mujeres tienden a la “invisibilidad” no sólo en la práctica social y política sino en la enfermedad, el dolor, la angustia.” (Henríquez 1991: 14).

En el caso del Perú, en los ochenta, al mismo tiempo que se conformaba el Frente Izquierda Unida, Sendero Luminoso comenzaba sus acciones armadas: “El año 1980 es el año en que por primera vez hay voto universal en el país. La población analfabeta, mujeres campesinas la mayor parte de ellas, vota por primera vez en el Perú, y es ese año en que se inician las acciones armadas de Sendero Luminoso en el Perú, y parte de su campaña era “no votar”. El que votaba, le podían cortar un dedo. Se quemaron ánforas e hicieron muchas cosas de ese estilo.” (1)

Entre finales de los ochenta y principios de los noventa, el tema de la democracia “ingresa como una nueva forma de ver el problema de la democracia en las relaciones personales varón-mujer, en la casa, que no haya violencia doméstica, todo el debate para promover leyes de la no violencia contra la mujer.” (6). En este momento de revalorización democrática, se toma en cuenta lo que las mujeres están planteando: “La revaloración de la democracia tiene que ir junto con lo que pasa en la familia, con lo que pasa en la casa y esto comienza a permear el espectro político también de los partidos tradicionales. Y las mujeres de los partidos tradicionales, liderezas que surgen, comienzan asimilar el discurso de los derechos de las mujeres. Entonces a fines de los noventa se discute el tema de las cuotas y todos los partidos van respaldar el plantearse cuotas para las mujeres, y después, de todo lo que había pasado con la resistencia de mujeres de base populares, porque la sociedad peruana es muy elitista. De modo que la clase política se percibe como muy distante de la realidad de las mujeres del mundo de estratos más empobrecidos. A pesar de eso hay una sintonía en que debe reconocerse que hay que abrir espacios como las cuotas como mecanismo de discriminación positiva para las mujeres y yo también suscribo esa posición. A mi me interesa mucho la relación entre reconocimiento de las mujeres, pero también la justicia social. En un país como el Perú esta es un poco mi posición como académica y política.” (6)

El concepto de la violencia no sólo se relaciona en el trabajo de Henríquez como forma de violación de la libertad de los cuerpos y violación sexual, sino también, como violencia social generalizada, en la que se incluyen los temas de la subordinación, la exclusión y la discriminación, así como el tema de la invisibilidad de las mujeres. Dentro del proceso de recuperación del sujeto luego del conflicto armado, la autora destaca el hecho de que además de la toma de la palabra y de la producción de testimonios por parte de las víctimas del conflicto, también hubo un silencio que no sólo caracterizaba el dolor o el sufrimiento que se pudo vivir, sino también el miedo al señalamiento y a la estigmatización social: “Bueno, efectivamente, las mujeres no hablaban de ellas mismas, sino de lo que les había pasado a sus familiares, a sus esposos, a sus hermanos presos y no hablaban de lo que a ellas les había pasado. Parte del trabajo de la comisión tuvo que ser cómo conocemos lo que está pasando con las propias mujeres y ese equipo de género que trabaja con la red de la Comisión de la Verdad trata de introducir esta sensibilidad de tratar de que las mujeres hablen lo que les pasó a ellas. Ahora en el caso de la situación de Perú, la mayor parte de las personas víctimas y afectadas eran quechuahablantes o aymaras, ya que también había una tradición de un silencio sobre su situación para no hacer… Consideraban que su dolor no era tan grave o agudo como el de sus familiares, y por lo tanto, no le daban importancia o consideraban que eran temas que no había que hablar, o que podían ser estigmatizadas por sus comunidades. De hecho, en muchas comunidades prefieren no hablar del asunto, de las mujeres que fueron violadas. Había muchos elementos que aún ahora hacen compleja la situación. Esta recuperación del lado más íntimo, más privado de la violencia sexual, ha sido muy difícil; y numéricamente, son pocos los casos, pero son muy detallados, muy importantes, y además documentados, no sólo con el testimonio de las mujeres, sino en algunos casos con el testimonio de los propios agentes militares, militarizados.” (8)

En el caso de concreto de la violación de los cuerpos: “Hay un caso que yo mencioné y en ese informe está, en el Informe de la CVR que son los poblados de Manta, Vilca y Huancavelica, que son poblados donde las bases militares duraron como catorce años, y hay por lo menos treinta niños producto de violación en esa zona, que no han sido registrados evidentemente por sus padres, que no son reconocidos. Es un pueblo donde hay mucho dolor, porque las mujeres no quieren hablar de sus historias, y se han ido del pueblo. Hay dificultad en la recuperación de la memoria. La organización de los Derechos Humanos sigue trabajando y sigue encontrando casos. Hay un caso paradigmático que se presentó en la audiencia pública de mujeres que era una joven estudiante de la Universidad de la Cantuta, violada reiteradas veces en un sitio de prisión por los soldados. Ella fue a la audiencia pública con su hija. Es un caso que la Comisión ha recomendado para ser sometido a juicio, es decir, para que haya un juicio y se castiguen a los culpables. Pero ella ya no ha continuado con el juicio, porque le da seguramente mucho dolor, así que es muy difícil el tratamiento de estos casos.” (8)

De la misma forma no sólo existen registros de la violación a las mujeres, sino también a los varones: “Ha habido violencia sexual con varones, está al menos documentación. Ha habido violencia sexual en el caso de la mutilación de parte de Sendero, que me parece que era simbólica para feminizar al vencido antes de asesinarlo. Ahí no hay tantos testimonios. En otros casos que están menos documentados, pero tampoco hay mucha disposición para hablar de parte de los varones.” Asimismo se han registrado casos de violencia por homofobia. (8)

El estudio de la violencia también debe tener en cuenta la relación entre los prejuicios, la violencia y el autoritarismo. (10). La destrucción de cuerpos y de sujetos de derecho, apunta directamente al hecho de la crisis democrática, en la que se configuran identidades escondidas produciéndose una débil integración nacional: “la recesión económica desde 1975 y el período de hiperinflación y shock desde 1988; la crisis política vinculada a la falta de legitimidad de las instituciones políticas, la corrupción y la crisis de paradigmas.” (11)

A manera de conclusión: “Los datos sobre violaciones de derechos humanos son abrumadores. Cada cifra es un rostro, una persona concreta de carne y hueso. Entre sectores sociales como mujeres y campesinos que tienden a la “invisibilidad” por un poco de contacto con el estado, su débil noción del “derecho”, es probable que se omitan y se silencien muchos atropellos.” (Henríquez 1991: 14). Se observa cómo en el enfoque de la autora se produce la relación entre violencia y la invisibilidad de las mujeres que no sólo incluye la falta de participación o la ausencia de derechos, sino el papel central que tiene la mujer para la reconstrucción de la memoria colectiva y la lucha democrática.

Referencias bibliográficas:

Narda Henríquez: Introducción, en: Narda Henríquez y Rosa María Alfaro (comps.): Mujeres, Violencia y Derechos Humanos. Madrid/Lima, Lepala/Calandria, 1991, p. 10-22.

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