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Teresita de Barbieri

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Socióloga feminista uruguaya, investigadora con enfoque en estudios de género y pionera en las investigaciones sobre la condición de las mujeres en América Latina. Fue militante socialista y desde 1973 se exilió en México donde continúa su carrera como investigadora en temas sobre la vida cotidiana de las mujeres, el movimiento feminista latinoamericano, la salud reproductiva, el laicismo, la población y el desarrollo.

Teresita de Barbieri nace el 2 de octubre de 1937 en la ciudad de Montevideo, Uruguay. Sus primeros estudios los realiza en Derecho e Historia del Arte. Posteriormente, obtiene la licenciatura en Trabajo Social, con el título de Asistente Social de la Universidad de la República. En 1968 parte a Santiago de Chile. Ese año comienza una Maestría en Sociología, en la FLACSO. En ese momento, en la ciudad de Santiago de Chile, se habían reunido intelectuales de gran importancia como Fernando Enrique Cardozo y Enzo Falleto, provenientes del Brasil y creadores de la “teoría de la dependencia”, que salieron del país después del golpe militar de 1964, así como intelectuales provenientes de Argentina y Uruguay, y de otros países de América Latina.

En Santiago de Chile, de Barbieri comienza a trabajar con el tema de la mujer. En 1972 publica su trabajo de maestría con el título: El acceso de la mujer a las carreras y ocupaciones tecnológicas de nivel medio (Santiago de Chile, 1972).

En 1973, con el golpe militar en Chile sale de nuevo al exilio. Se traslada junto con su familia a la ciudad de México. En esta ciudad realiza un documento solicitado por la CEPAL para el Año Internacional de la Mujer referido a la participación social de las mujeres en América Latina. Junto con el documento preparado por Teresita salieron también otros cuatro o cinco documentos publicados en el Fondo de Cultura Económica con el título: Mujeres en América Latina. Aportes para una discusión (1975).

Después de ser asistente de investigación, en la División de Desarrollo Social de la CEPAL, más adelante, comienza a trabajar con Raúl Benitez Zenteno en el Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM, en las áreas de Sociología de la población y Demografía.En la UNAM enseña más de 33 años.

Hasta la actualidad, de Barbieri ha producido un trabajo intelectual de gran importancia. Sus intereses e investigaciones han abarcado diversas áreas, entre ellas, se pueden mencionar los trabajos sobre mujeres campesinas y obreras, el trabajo doméstico y la vida cotidiana, las políticas de población, los derechos reproductivos y de la salud, el género, las esferas y los ámbitos de acción, así como sus trabajos más recientes se han centrado en la participación de la mujer en la esfera estatal.

En 2012, para el el Día Internacional de la Mujer, fue homenajeada en el instituto donde trabajaba, el Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM por “sembrar las bases en México en los estudios de género”. Además recibió un reconociemto por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso) en Chile como "personaje ilustre". Falleció en enero de 2018 en la Ciudad de México.

Entre sus últimas publicaciones, se encuentran: Género en el trabajo parlamentario: la legislatura mexicana a fines del siglo XX (2003) y Cambio sociodemográfico, políticas de población y derechos reproductivos en México (1999). (ver Bibliografía).

Conceptos trabajados por Teresita de Barbieri durante su carrera académica

El tema de los derechos reproductivos de las mujeres y derechos de salud se profundiza en el caso de México cuando comienzan a introducirse las políticas poblacionales (11): “Los estados y gobiernos, las iglesias y organizaciones religiosas, los partidos, algunas corporaciones, organizaciones profesionales, entre otros, se han interesado en el crecimiento rápido o lento de la población, en la caída o en el aumento de la mortalidad, la mortalidad infantil, la nupcialidad y la fecundidad, en la expansión o no de métodos anticonceptivos, en la práctica o no del aborto, etcétera. Dicho interés va de acuerdo con los objetivos políticos que se persigan en un momento dado. Como consecuencia, desde estas instituciones se estrechan barreras que limitan el ejercicio de la libertad de procreación” (págs. 103-104).

En el momento en el que se lanzan las políticas poblacionales en México, de Barbieri se pregunta en qué medida estas políticas, a través de las cuales se intentaba controlar el índice de crecimiento poblacional a través del control de la fecundidad, consideraba a las mujeres como seres humanos y sujetos de derecho: “Entonces acá es justo cuando yo estoy en esas cosas y comienza el movimiento de mujeres a nivel internacional a desarrollar toda la línea de trabajo de salud, que rápidamente incorpora los derechos reproductivos. En el año 1981, creo, que es la red mundial de salud de las mujeres que tiene la sede en Amsterdam. Esta red observa en distintos países, políticas de esterilización, distribución de anticonceptivos sin conocimiento de las mujeres o sin recaudos necesarios para la salud, y entonces, el movimiento que se genera es un movimiento de reclamar los derechos reproductivos de las mujeres. Entonces, ellas por su lado, y yo por el mío, coincidimos en los intereses” (11).

El concepto de “derechos reproductivos”: “Se lanza a comienzos de los años 1980 como ámbito problemático. La expresión derechos reproductivos no hace referencia a un código o una declaración expresa. Señala, más bien, un estado de preocupación compartido ante la evidencia de prácticas sociales diversas, planes y políticas estatales, internacionales y de organismos privados que se perciben contrarias a las normas universales que definen las categorías persona y ciudadano/a en las sociedades de hoy” (págs. 101-102).

Luego de que comenzaron a aplicarse políticas para el control del crecimiento de la población, fueron surgiendo denuncias a nivel internacional en las que se señalaban las diversas formas de esterilización que se estaban llevando a cabo sin el consentimiento previo de las mujeres. Por lo tanto se atentaba contra su derecho a decidir directamente sobre su fecundidad y reproducción. Debido a la aplicación de estas políticas de control, y debido a los procedimientos de esterilización que fueron practicados e implementados, se determinó la importancia de los derechos humanos antes que la aplicación de cualquier política en la que se atentara contra la libertad del sujeto de decidir su deseo a reproducirse, concluye de Barbieri: “Nadie puede obligar, nadie puede prohibir, nadie puede sustituir la voluntad de cada persona a reproducirse o no reproducirse” (p. 102). El tema de los derechos de reproducción “s por lo tanto, parte fundamental del ámbito de lo privado e incluye la libertad de determinar el momento y el número de las procreaciones” (ibídem).

En el ámbito de los derechos reproductivos de la mujer, De Barbieri señala que “no conviene olvidar que la diferencia entre las mujeres y los varones reside en la capacidad reproductiva” (p. 139), en consecuencia: “(…) varón y mujer no participan de manera idéntica en la reproducción. Es en el cuerpo femenino donde tiene lugar casi todo el proceso, además de que socialmente se les asigna a las mujeres la mayor responsabilidad material y afectiva en el cuidado y atención de la nueva vida. Por lo tanto, teóricamente, en este juego de tres sujetos de derecho que supone la reproducción humana, uno de éstos, la persona mujer, debería contar con prerrogativas mayores para decidir si ejerce o no su capacidad reproductiva, con quién, cuándo y cómo” (p. 102). En el tema de la mujer como sujetos de derecho: “sólo en la medida en que cada una pueda controlar por sí misma ese poder, se podrá hablar de un sujeto de derecho” (…). Mientras que esto no ocurra, podrá mejorar o empeorar la calidad de vida de las mujeres, podrán alterarse algunos aspectos de las relaciones entre los géneros, pero uno de los núcleos fundamentales de la subordinación permanecerá sin modificaciones” (p. 139).

Referencias bibliográficas:

Teresita de Barbieri: Cambio sociodemográfico, políticas de población y derechos reproductivos en México, en: Adriana Ortiz-Ortega (comp.): Derechos reproductivos de las mujeres: un debate sobre justicia social en México. México, Edamex, (1999), p. 101-145.

Con relación al debate de lo público y lo privado, de Barbieri señala la importancia que ha tenido esta división como base de reflexión, para el desenvolvimiento del feminismo y su consecuencia académica, los estudios sobre la mujer y la introducción del género: “la distinción ha tenido un carácter instrumental, ordenador del análisis de la información” (1996: 107). La distinción de lo público y lo privado: “permitió dar cuenta de dos espacios físicos, sociales y de significación distintos, con racionalidades y normatividades diferentes” (p. 107). El valor del movimiento feminista y de los estudios sobre las mujeres y los géneros “ha sido el de poner de manifiesto las articulaciones entre una y otra esfera, criticar la asignación de género y percibir las limitaciones de tal representación” (p. 118). La autora clarifica sin embargo “que lo público con lo masculino, y lo privado con lo femenino, dos esferas de la sociedad separadas y con asignaciones de género no son un invento feminista ni de la investigación sobre las mujeres. Es una representación social constituida en el proceso de la modernidad, que arraigó muy profundo en las mentalidades hasta la segunda mitad del siglo XX (Hausen, 1976). Es una representación que además, al asignar a la esfera pública la exclusividad de la política, naturalizó y despolitizó las relaciones sociales que tienen lugar en la esfera privada” (págs. 116-117).

En términos generales, dentro del feminismo se entiende por “espacio público” el “lugar del trabajo que genera ingresos, la acción colectiva, el poder, es decir, el lugar donde se produce y transcurre la Historia”. El “mundo privado” queda entendido como “lo doméstico, del trabajo no remunerado ni reconocido como tal, las relaciones familiares y parentales, los afectos, la vida cotidiana. El primero, masculino; el segundo, femenino” (págs. 107-108). Por esto, dentro de la propuesta feminista como reivindicación de la mujer se valoró la esfera privada, en el hacer de las mujeres como punto de partida para la transformación de las relaciones desiguales y jerárquicas, mientras que la esfera pública, se “expresan la protesta y los proyectos de cambio más generales y globales de las relaciones entre los géneros” (ibídem).

Referencias bibliográficas:

Teresita de Barbieri: Los ámbitos de acción de las mujeres, en: Narda Henríquez (ed.). Encrujiadas del saber: los estudios de género en las ciencias sociales. Lima, Pontifica Univ. Católica del Perú, 1996, p. 107-132.

En el artículo: Sobre la categoría de género: una introducción teórico-metodológica(1993) de Barbieri realiza un estudio sobre el estado teórico-metodológico de la categoría de género.

Desde su aparición en el discurso crítico y en el campo de la teoría, el proceso de reconstrucción de la categoría de género se puede ubicar según la autora en dos campos principales. El primer campo se ubica dentro de los Estudios de Género. En este campo el género se presenta como principal objeto de estudio a las mujeres, sus “condiciones de vida y de trabajo, la creación y la cultura producida por mujeres” (1993: 148). El segundo, introduce el análisis de la subordinación de la mujer en las diversas sociedades, con relación a la dominación masculina. Desde el surgimiento de las corrientes feministas que se afianzan de manera visible y reconocible en la esfera pública internacional, enfáticamente a partir de los años sesenta, se introducen las críticas a la subordinación de la mujer: “Los movimientos feministas, resurgidos en los sesenta, se exigieron y fueron exigidos de comprender y explicar la condición de subordinación de las mujeres” (p. 145).

En los Estudios de Género, el género se conforma “como categoría que en lo social, corresponde al sexo anatómico y fisiológico de las ciencias biológicas. El género es el sexo socialmente construido” (p. 149).

Para demostrar que los análisis de género se intersectan con las categorías de sexo/sexualidad, raza, etnia, clase y cultura se produce la idea de “los sistemas de género/sexo” que se definen como “conjuntos de prácticas, símbolos, representaciones, normas y valores sociales que las sociedades elaboran a partir de la diferencia sexual anátomo-fisiológica y que dan sentido a la satisfacción de los impulsos sexuales, a la reproducción de las especies humana y en general al relacionamiento entre las personas. En términos durkheimianos, son las tramas de relaciones sociales que determinan las relaciones de los seres humanos en tanto personas sexuadas” (págs. 149 y 150). “Los sistemas de sexo/género son por lo tanto, el objeto de estudio más amplio para comprender y explicar el par subordinación femenina-dominación masculina” (p. 150).

De Barbieri localiza dos críticas principales en la utilización de la categoría de género. En primer lugar, es suplantada la categoría de sexo por la de género, mas “no se le da el contenido de una construcción social compleja, más allá de la diferencia sexual anatomofisiológica” (p. 151). La otra crítica estaría centrada en detectar un “mujerismo académico” en el campo de los Estudios de Género.

De Barbieri destaca tres de las perspectivas en las teorías sobre el tratamiento del género. La primera es la denominada “relaciones sociales del sexo” que privilegia la división social del trabajo como núcleo motor de la desigualdad (p. 151). Una segunda perspectiva considera los sistemas de género como sistemas de poder (p. 152). La tercera línea tiene que ver con el control de la reproducción: “El problema entonces en sociedades de dominación masculina es cómo, por qué, en qué condiciones, en qué momentos, desde cuándo los varones se apropian de la capacidad reproductiva, de la sexualidad y de la fuerza de trabajo de las mujeres” (p. 154). Se intenta visualizar las determinaciones biológicas marcadas por la diferencia sexual en todo tipo de sociedades, pero junto con otros entramados teóricos que permiten entender el estado de subordinación.

El género como conflicto queda entendido en el estudio de los sistemas de parentesco, en la división social del trabajo, en el sistema de poder y en la subjetividad. Con esto la autora concluye que la variable de sexo es necesaria, pero no suficiente.

Los vacíos principales entonces han sido la elección de los objetos de estudio, el privilegiar el estudio de las mujeres, sin atender la perspectiva masculina y de los varones, la carencia de crítica con relación a las grandes teorías construidas en occidente y los privilegios de análisis centrados en las estructuras y no tanto en los movimientos y acciones. El punto vital del uso de la categoría de género como categoría crítica de análisis es haber podido complejizar y presentar un conjunto de relaciones teóricas y distintas opciones teórico-metodológicas.

Los movimientos feministas surgidos desde finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX intervinieron directamente en la configuración de lo político y la política. Los movimientos sociales y los movimientos de mujeres surgidos desde la década de los años sesenta, se dirigieron a la sociedad (1983: 13). Desde estas incursiones tanto del feminismo como de los movimientos sociales se sostuvo “que a pesar de la aparente neutralidad del Estado y de lo político, tanto en su configuración como en su hacer éstos son expresión del dominio masculino. Desde las definiciones de ciudadanía hasta las prácticas concretas y más nimias, tales como los horarios en los que se ejerce la política formal, están determinados por la desigual relación entre los géneros. La subordinación de las mujeres a los varones permanece anclada en instituciones normadas por el estado. Para su superación se requiere llevar el problema en todas sus dimensiones al ámbito público, espacio donde se ventilan y discuten las cuestiones fundamentales de la sociedad, en el que se perfilan las soluciones y se diseñan los caminos para lograrlas. Esto significa que el Estado, la política y lo político pueden ser analizados como espacios de expresión del conflicto entre géneros” (págs. 13-14).

Referencias bibliográficas:

Teresita de Barbieri: Sobre la categoría de género: una introducción teórico-metodológica, en: Debates en Sociología18, 1993, p. 145-169.

Teresita de Barbieri:Prólogo, en: Catalina Wainerman, Elizabeth Jelin y María del Carmen Feijoó (eds.): Del deber ser y el hacer de las mujeres: 2 estudios de caso en Argentina. México, El Colegio de México/PISPAL, 1983, p. 9-14.

En Santiago de Chile, por los años 1970, de Barbieri inicia un trabajo investigativo y analítico centrado en el tema de las mujeres. Sus primeras investigaciones tratan temas como el de las mujeres y el acceso a la educación técnica (El acceso de las mujeres a las carreras y ocupaciones tecnológicas de nivel medio, 1972), la mujer obrera (con Lucía Ribeiro: La mujer obrera chilena: una aproximación a su estudio, 1973), el trabajo doméstico (El trabajo doméstico entre obreras y esposas de obreros, 1980), y la mujer campesina (Las unidades agrícolas industriales para la mujer campesina en México, 1983).

Para el momento en que realiza su maestría con el tema de las mujeres y el acceso a la educación técnica, la autora señala en la entrevista, que no se encontraban todavía suficientes trabajos sobre mujeres ni propuestas teóricas consistentes (6). Cuando comienza sus investigaciones sobre mujeres de Barbieri se enfrenta principalmente con el hecho de que los problemas de las mujeres de los distintos sectores de la sociedad: las maestras de escuela, estudiantes u obreras, mujeres de sectores medios educadas y trabajadoras en el sector académico, no eran muy distintos. De manera que las dificultades en común de las mujeres las comenzó a observar entonces en la organización misma de la sociedad, en la que las mujeres alcanzaban un grado de subordinación y discriminación en los diversas esferas sociales.

Con relación al tema y al concepto de “mujer”, de Barbieri señala que el “problema de la mujer” se ha enfrentado hasta ahora de manera muy abstracta, “en el que se crea y discute un tipo ideal de mujer que no representa ningún conjunto real de mujeres”. Para la autora “no existe “la mujer” como tipo que represente a todaslas mujeres, “la mujer latinoamericana” o “la mujer chilena”: “Existen, en cambio, distintos tipos de mujeres, en situaciones sociales diferentes, con probabilidades de vida también diferentes. Y que, por lo tanto, diseñar políticas específicas para la mujer sólo tiene sentido cuando se conocen las condiciones reales de vida de los distintos tipos de mujeres que es dable encontrar en cada situación de clase en un momento histórico determinado” (1973: 167-168).

Con relación a la participacióny la situación de la mujer en la sociedad, de Barbieri señala que a pesar de que “las mujeres son las bases de los movimientos, realizan una gran cantidad de actividades dentro de ellos (…) su enorme capacidad de movilización, organización y de trabajo colectivo, no logra trascender a la sociedad política, de manera de ocupar un lugar permanente en ella e incidir en cambios sociales más profundos” (1996: 111).

En las sociedades actuales se encuentra todavía muy arraigada la dominación masculina. Así cuando la mujer sale a trabajar o cuando ocupa posiciones gubernamentales o institucionales, se da una doble subordinación y una doble discriminación: la del trabajo y participación fuera del ámbito doméstico y la propia de este ámbito en donde la mujer igualmente puede ser relegada a una situación de desventaja: “El énfasis está puesto en las relaciones femeninas, que surgen de una “naturaleza” distinta a la del hombre”(1973: 186).

La sociedad ataca principalmente el hecho de que la mujer es más “emocional” que el varón. En este punto y relacionado con el lugar de la mujer en la sociedad aparece el fenómeno de la “discriminación femenina”: “cuando decimos discriminación, no nos referimos apenas a una participación diferencial según el sexo, sino que, además, creemos que esto implica un trato de inferioridad asignado a la mujer” (p. 187). Para el caso de la mujer obrera, la contradicción trabajo-casa, “se agudiza, dado que su experiencia existencial se diseña en el cruce de dos estructuras de dominación, correspondientes a su clase y a su sexo; es por lo tanto doblemente explotada” (p. 197).

Referencias bibliográficas:

Teresita de Barbieri: Los ámbitos de acción de las mujeres, en: Narda Henríquez (ed.). Encrujiadas del saber: los estudios del género en las ciencias sociales. Lima, Pontificia Univ. Católica del Perú, 1996, p. 107-132.

Teresita de Barbieri y Lucía Ribeiro: La mujer obrera chilena. Una aproximación a su estudio, en: Cuadernos de la realidad nacional16: 167-201, 1973.

Teresita de Barbieri: El acceso de la mujer a las carreras y ocupaciones tecnológicas de nivel medio. Santiago de Chile, 1972.

Como parte de su seguimiento histórico, de Barbieri indica que “el núcleo duro de la distinción entre lo público y lo privado parece encontrarse en la teoría del contrato social. Subyace a la elaboración conceptual que cuestiona el ordenamiento feudal y posibilita la constitución de la democracia burguesa, la aparición del individuo libre –ciudadano en quien descansa la soberanía de la nación y del Estado moderno– (…). Así se construye la sociedad civil, como la suma de los individuos-ciudadanos. Público y privado son las esferas en que se divide la sociedad civil. En la primera, que fue objeto de reflexión de los contractualistas, acontecen las actividades propias de la ciudadanía. La privada, en cambio, no es política por definición. A nivel generalizado, predomina la representación de “lo privado” como “ámbito doméstico, espacio físico de la vivienda, de sus alrededores y las relaciones parentales e íntimas que tienen lugar en él” (p. 110). Mientras que por “lo público” predomina “todo aquello que transcurre fuera del hogar y las relaciones sociales no adscritas en función del parentesco, la conyugalidad y la amistad (ibídem).

Lo público se puede definir “como el espacio de conocimiento y reflexión de la sociedad sobre sí misma y de las propuestas y acciones colectivas que tienden a mantener o alterar el estado de cosas vigente en la sociedad, o en sectores particulares de la misma. Se trata de un ámbito heterogéneo, donde es posible distinguir niveles diferentes” (págs. 120-121). Para el ámbito de lo privado, de Barbieri propone trascender la definición de lo privado: “como el locus de la subordinación, negador de las potencialidades de las mujeres que buscan alguna expresión de trascendencia individual o colectiva” (p. 108). Lo privado como cuestión o expresión de lo individual, se puede manifestar en los diferentes espacios: en la casa, en la calle, en los espectáculos”. Por ello, dentro de la corriente del feminismo la “esfera privada”: “se valoró el hacer de las mujeres como punto de partida para transformar las relaciones desiguales y jerárquicas”. En la “esfera pública”, “se expresaron la protesta y los proyectos de cambio o más generales y globales de las relaciones entre los géneros” (p. 108).

La representación dominante de que el hogar es un lugar de descanso y de ocio, y no trabajo, quedó en entredicho: “Se observó que, por el contrario, el hogar es un lugar de actividades que requiere de tiempo y energía humana para el mantenimiento de la vida de sus integrantes” (p. 109). En cuanto a los roles de la mujer de madre, de organizadoras de la vida doméstica y familiar, de Barbieri los define como “poderes femeninos que las mujeres emplean para contrarrestar, resistir, oponerse al poder masculino. Y mientras las prácticas y las representaciones no cambien radicalmente, la subordinación de las mujeres sólo logrará transformaciones no sustantivas” (p. 130).

En conclusión: “Lo público y lo privado son representaciones de la sociedad que han acompañado el desarrollo del capitalismo y el proceso más global de la modernidad. Con base en la dicotomía imaginaria se recrearon y organizaron los sistemas sociales y las formulaciones normativas, se definieron espacios de competencia para las actividades económicas, políticas y culturales” (p. 128).

No obstante, para indagar más estos espacios y para poder dar cuenta de otros como esferas o ámbitos de acción, de Barbieri define lo público y lo privado (16) como espacios de interacción en los que se vienen produciendo diferentes normatividades. Más allá de la dicotomía de lo público y lo privado, de Barbieri señala que en el estudio actual de los espacios vistos como ámbitos de acción existe de hecho una mayor complejidad que trasciende la lógica binaria: “Público y privado son ya hoy, como tantos autores han señalado y analizado, inoperantes: restringen y confunden el conocimiento sobre las sociedades y la comprensión de sus actores. Parece entonces necesario representar a las sociedades actuales con otros ámbitos, de manera de dar cuenta de la diversidad en que transcurre la vida social” (p. 128).

Referencias bibliográficas:

Teresita de Barbieri: Los ámbitos de acción de las mujeres, en: Narda Henríquez (ed.). Encrujiadas del saber: los estudios de género en las ciencias sociales. Lima, Pontificia Univ. Católica del Perú, 1996, p. 107-132..

El tema de la participación, señala de Barbieri, surge con la crisis económica que viven las naciones latinoamericanas en la década de los ochenta. En esta época se comienza a estudiar la participación de las mujeres dentro de la división social del trabajo y su papel en esta crisis económica.

La participación y acción femeninas adquieren relevancia con el movimiento feminista a través del cual se transforma la perspectiva de lo político (lo personal es político). En este momento “cobra importancia un nuevo objeto de estudio académico: el de la participación social y política de las mujeres. El análisis versa sobre el dónde, cuándo, cómo, por qué y para qué las mujeres se organizan, estables en objetivos de lucha, salen a la calle, los resultados obtenidos en sus acciones y la cultura política que se genera en la acción” (1996: 110).

La participación y acción femeninas son estudiadas por la autora dentro de lo que denomina ámbitos de acción, en los que son observadas las diversas intervenciones sociales, o los diversos tipos de participación política tanto en la esfera estatal, en la esfera pública como en la sociedad civil.

Dentro de esta esfera de la participación de la mujer en lo político, de Babieri analiza el caso del género en el trabajo estatal, gubernamental y parlamentario, preguntándose: “si las mujeres tienen formas particulares de actuar en política; si efectivamente, como se supone, incorporan –en la acción política– perspectivas de análisis y propuestas más enfocadas a las resoluciones de los problemas cotidianos y si son más sensibles a aspectos problemáticos más inmediatos de la población en general y de las mujeres en particular; si en su hacer político construyen representaciones de la ciudadanía diferentes a las de los varones; si han dado lugar a representaciones femeninas fluidas y ágiles con las que se identifiquen, segmentos particulares de la ciudadanía, principalmente mujeres” (1973: 170). El tema de la participación de las mujeres en el Estado no ha sido muy analizado “principalmente cuando por resultado electoral o por designación acceden al desempeño de cargos de representación y organización de la gestión de parte de las responsabilidades estatales. Una primera aproximación cuantitativa la realizó en México Da Silva (1986). Pero queda por estudiarse cómo ha sido esa gestión y representación y en particular qué soluciones para la superación de la subordinación femenina han sido impulsadas por las mujeres que ocupan dichos cargos” (1996: 120).

Como aparece en la entrevista, de Barbieri pasará a analizar posteriormente, la participación de las mujeres en el sistema político mexicano que por mucho tiempo fue dominado por el Partido Revolucionario Institucional (PRI) y su cultura política clientelar entre hombres. (17)

De Barbieri se refiere en primer lugar a la organización del PRI como una organización vertical o piramidal de grupos con un líder. Las mujeres ocupan principalmente no las posiciones de liderazgos, sino la base. Su labor se convierte mayoritariamente en conseguir votos, llevar gente a las manifestaciones o a los actos: “Cada líder tiene un conjunto de mujeres en su base, según parece. Ahora bien, estas mujeres están ocupadas, y en el PRI es muy característico que la gente pasa de trabajar en el partido a trabajar en el gobierno y a trabajar en los sindicatos por ejemplo. Entonces el partido les asegura ocupación y les asegura ingreso a la gente. Y las mujeres son muy importantes para toda esta tarea de base. A medida que la mujeres van demostrando su capacidad de trabajo, dedicación, organización, inteligencia, es decir, que son útiles para quienes ejercen, para quiénes están en las cúpulas de esas pirámides, las mujeres van subiendo. Ahora, según me lo explicaban ellas mismas, algunas de ellas, suben hasta cierto nivel, hasta un nivel en el que no le hacen sombra a los varones y sobre todo al que esté al máximo de la línea de la pirámide” (17).

Dentro de esta organización piramidal, las mujeres han podido subir hasta los cargos de diputadas federales: “Más allá de diputadas federales es muy difícil que las mujeres pasen, y las que pasan son muy excepcionales, son mujeres que están en un nivel de competencia muy alto, que han sido gobernadoras, que han sido senadoras, diligentes del Partido, que compiten con los varones y que pueden hacerle sombra importante, y son unos casos muy pequeños, muy contados con los dedos las manos: es Beatriz de Paredes, es la de Yucatán, es María de los Ángeles Moreno, Silvia Hernández” (17).

Con respecto a la participación de la mujer en la esfera del trabajo y el mercado, de Barbieri señala que “tiene que ser analizada dentro del cuadro más global de la evolución de la población, en general, y de la población económicamente activa, en particular” (ibídem). En cuanto a la PEA (Población Económicamente Activa) de las mujeres, luego del auge industrial de 1952, una parte de las mujeres que trabajaba en la industria y en el sector agrícola se traslada al sector servicios. En los sesenta el sector servicios ocupa el lugar de mayor fuerza de trabajo para las mujeres: “La categoría de empleados domésticos, ínfima para los hombres, representaba, en 1960, la mayor proporción de mujeres” (p. 177).

Posteriormente, en los setenta, “el sector servicios empieza a disminuir relativamente, a favor ahora del comercio” (p. 175). Dentro del mercado, la participación femenina se vuelve muy amplia “en tanto consumidoras y vendedoras. El abastecimiento del hogar requiere de la actividad de mercadeo diario de las amas de casa y cada vez más, en la medida en que en los hogares se produce para el autoconsumo sólo de manera marginal” (1996: 123).

La participación femenina en el mercado de trabajo, indica la autora: “se encuentra más normada que la masculina, puesto que la capacidad reproductiva de las mujeres y el fruto de la concepción son bienes jurídicos que interesa proteger a la sociedad y al Estado. De ahí los permisos maternales, las reglamentaciones impuestas a los empleadores con relación a las mujeres embarazadas, el trabajo insalubre, las obligaciones de la seguridad social para con las mujeres madres como son los servicios de guarderías, los permisos para madres lactantes, etc. La mayor regulación puede hacer que se confunda a veces y se sobreponga con la esfera estatal. Además de que (…) el Estado en tanto empleador, se ve sometido al cumplimiento de la legislación laboral” (p. 124).

Dentro del trabajo femenino en la industria: “La situación de trabajo que enfrenta la mujer al integrarse al proceso productivo presenta ciertas características específicas que la definen como una situación problemática. Tal hecho surge de la contradicción existente entre las exigencias que se plantean a la mujer en cuanto trabajadora, esposa y madre y la incapacidad del sistema capitalista para atenderlas (…). En efecto, en este sistema, en que se enfatizan las leyes del mercado, el trabajador ideal sería aquel que tuviera un rendimiento máximo, y en la medida en que la mujer debe dedicarse también a otras funciones, no calza con este modelo” (1973: 179). Desde la justicia social si se protege a la mujer se protege el fortalecimiento social, sin embargo, señala la autora, que en una “economía basada en la producción de bienes de cambio, el trabajo femenino, cuando está reglamentado, es disfuncional al sistema, dado que al encarecer el costo de la mano de obra éste repercute directamente en la ganancia individual del empresario” (p. 180). Los problemas que presenta el trabajo femenino dentro de una mentalidad de dominación masculina, son la maternidad, a la falta de preparación, y en el proceso socializador, los problemas que implican los aspectos psicológicos: “Al constatar estos problemas que presenta el trabajo femenino, los empresarios no se cuestionan sobre sus causas; necesitan obreras que rindan, según parámetros masculinos, y si tal fenómeno no se da, lo imputan a la naturaleza femenina, como un problema puramente individual, y que tiene que ser resuelto a este nivel. Su énfasis se centra en la mujer en cuanto obrera; las exigencias que su función de esposa-madre-dueña de casa les plantea son vistas sólo como dificultades para su trabajo” (p. 182).

En el caso de las obreras su trabajo se dividen entre los roles de esposa-madre-dueña de casa, “que expresan, según los patrones tradicionales, su existencia como mujer; y perciben su situación de trabajo fundamentalmente como generadora de conflictos. Es justamente en la sobreposición de estos roles que se encuentra el nudo del problema. Este puede clasificarse en torno a tres aspectos principales: a) el cuidado de los niños; b) el trabajo doméstico, y c) la escasa colaboración masculina” (ibídem).

Con relación al varón, la mujer se encuentra además en un tercer ámbito de trabajo: el trabajo doméstico. En un principio, la tarea de la mujer en el hogar no era considerada como trabajo. Posteriormente, se entró a considerar lo doméstico como un ámbito social relevante y como un ámbito de trabajo no remunerado ni reconocido. Este no reconocimiento se funda en un valor de la ideología liberal que establece la idea de privacidad para el mundo familiar: “La perspectiva individualista pretende proteger al ámbito familiar, aislándolo de cualquiera interferencia ajena. Este es el dominio de lo privado, de lo particular. Esto hace que las labores domésticas se encuentren aún a un nivel premanufacturero en que se ignoran las ventajas de la colaboración y en el que el trabajo subdividido en cada hogar se multiplica innecesariamente” (1973: 184).

En el hogar se da una escasa colaboración masculina: “El problema se agudiza por el hecho de que, en general, el hombre ayuda poco a simplemente se niega a colaborar en los trabajos domésticos. Las pautas culturales vigentes los consideran como específicamente femeninos, y por ende, subalternos. La división sexual del trabajo adquiere aquí características de explotación, ya que no hay reciprocidad: la mujer participa de la producción, pero el hombre no lo hace con respecto a las tareas ligadas a la reproducción” (p. 185).

Referencias bibliográficas

Teresita de Barbieri: Los ámbitos de acción de las mujeres, en: Narda Henríquez (ed.). Encrucijadas del saber: los estudios de género en las ciencias sociales. Lima, Pontificia Univ. Católica del Perú, 1996, p. 107-132.

Teresita de Barbieri y Lucía Ribeiro: La mujer obrera chilena. Una aproximación a su estudio, en: Cuadernos de la realidad nacional16, 1973, p. 167-201.

El tema de la participación, señala de Barbieri, surge con la crisis económica que viven las naciones latinoamericanas en la década de los ochenta. En esta época se comienza a estudiar la participación de las mujeres dentro de la división social del trabajo y su papel en esta crisis económica.

La participación y acción femeninas adquieren relevancia con el movimiento feminista a través del cual se transforma la perspectiva de lo político (lo personal es político). En este momento “cobra importancia un nuevo objeto de estudio académico: el de la participación social y política de las mujeres. El análisis versa sobre el dónde, cuándo, cómo, por qué y para qué las mujeres se organizan, estables en objetivos de lucha, salen a la calle, los resultados obtenidos en sus acciones y la cultura política que se genera en la acción” (1996: 110).

La participación y acción femeninas son estudiadas por la autora dentro de lo que denomina ámbitos de acción, en los que son observadas las diversas intervenciones sociales, o los diversos tipos de participación política tanto en la esfera estatal, en la esfera pública como en la sociedad civil.

Dentro de esta esfera de la participación de la mujer en lo político, de Babieri analiza el caso del género en el trabajo estatal, gubernamental y parlamentario, preguntándose: “si las mujeres tienen formas particulares de actuar en política; si efectivamente, como se supone, incorporan –en la acción política– perspectivas de análisis y propuestas más enfocadas a las resoluciones de los problemas cotidianos y si son más sensibles a aspectos problemáticos más inmediatos de la población en general y de las mujeres en particular; si en su hacer político construyen representaciones de la ciudadanía diferentes a las de los varones; si han dado lugar a representaciones femeninas fluidas y ágiles con las que se identifiquen, segmentos particulares de la ciudadanía, principalmente mujeres” (1973: 170). El tema de la participación de las mujeres en el Estado no ha sido muy analizado “principalmente cuando por resultado electoral o por designación acceden al desempeño de cargos de representación y organización de la gestión de parte de las responsabilidades estatales. Una primera aproximación cuantitativa la realizó en México Da Silva (1986). Pero queda por estudiarse cómo ha sido esa gestión y representación y en particular qué soluciones para la superación de la subordinación femenina han sido impulsadas por las mujeres que ocupan dichos cargos” (1996: 120).

Como aparece en la entrevista, de Barbieri pasará a analizar posteriormente, la participación de las mujeres en el sistema político mexicano que por mucho tiempo fue dominado por el Partido Revolucionario Institucional (PRI) y su cultura política clientelar entre hombres. (17)

De Barbieri se refiere en primer lugar a la organización del PRI como una organización vertical o piramidal de grupos con un líder. Las mujeres ocupan principalmente no las posiciones de liderazgos, sino la base. Su labor se convierte mayoritariamente en conseguir votos, llevar gente a las manifestaciones o a los actos: “Cada líder tiene un conjunto de mujeres en su base, según parece. Ahora bien, estas mujeres están ocupadas, y en el PRI es muy característico que la gente pasa de trabajar en el partido a trabajar en el gobierno y a trabajar en los sindicatos por ejemplo. Entonces el partido les asegura ocupación y les asegura ingreso a la gente. Y las mujeres son muy importantes para toda esta tarea de base. A medida que la mujeres van demostrando su capacidad de trabajo, dedicación, organización, inteligencia, es decir, que son útiles para quienes ejercen, para quiénes están en las cúpulas de esas pirámides, las mujeres van subiendo. Ahora, según me lo explicaban ellas mismas, algunas de ellas, suben hasta cierto nivel, hasta un nivel en el que no le hacen sombra a los varones y sobre todo al que esté al máximo de la línea de la pirámide” (17).

Dentro de esta organización piramidal, las mujeres han podido subir hasta los cargos de diputadas federales: “Más allá de diputadas federales es muy difícil que las mujeres pasen, y las que pasan son muy excepcionales, son mujeres que están en un nivel de competencia muy alto, que han sido gobernadoras, que han sido senadoras, diligentes del Partido, que compiten con los varones y que pueden hacerle sombra importante, y son unos casos muy pequeños, muy contados con los dedos las manos: es Beatriz de Paredes, es la de Yucatán, es María de los Ángeles Moreno, Silvia Hernández” (17).

Con respecto a la participación de la mujer en la esfera del trabajo y el mercado, de Barbieri señala que “tiene que ser analizada dentro del cuadro más global de la evolución de la población, en general, y de la población económicamente activa, en particular” (ibídem). En cuanto a la PEA (Población Económicamente Activa) de las mujeres, luego del auge industrial de 1952, una parte de las mujeres que trabajaba en la industria y en el sector agrícola se traslada al sector servicios. En los sesenta el sector servicios ocupa el lugar de mayor fuerza de trabajo para las mujeres: “La categoría de empleados domésticos, ínfima para los hombres, representaba, en 1960, la mayor proporción de mujeres” (p. 177).

Posteriormente, en los setenta, “el sector servicios empieza a disminuir relativamente, a favor ahora del comercio” (p. 175). Dentro del mercado, la participación femenina se vuelve muy amplia “en tanto consumidoras y vendedoras. El abastecimiento del hogar requiere de la actividad de mercadeo diario de las amas de casa y cada vez más, en la medida en que en los hogares se produce para el autoconsumo sólo de manera marginal” (1996: 123).

La participación femenina en el mercado de trabajo, indica la autora: “se encuentra más normada que la masculina, puesto que la capacidad reproductiva de las mujeres y el fruto de la concepción son bienes jurídicos que interesa proteger a la sociedad y al Estado. De ahí los permisos maternales, las reglamentaciones impuestas a los empleadores con relación a las mujeres embarazadas, el trabajo insalubre, las obligaciones de la seguridad social para con las mujeres madres como son los servicios de guarderías, los permisos para madres lactantes, etc. La mayor regulación puede hacer que se confunda a veces y se sobreponga con la esfera estatal. Además de que (…) el Estado en tanto empleador, se ve sometido al cumplimiento de la legislación laboral” (p. 124).

Dentro del trabajo femenino en la industria: “La situación de trabajo que enfrenta la mujer al integrarse al proceso productivo presenta ciertas características específicas que la definen como una situación problemática. Tal hecho surge de la contradicción existente entre las exigencias que se plantean a la mujer en cuanto trabajadora, esposa y madre y la incapacidad del sistema capitalista para atenderlas (…). En efecto, en este sistema, en que se enfatizan las leyes del mercado, el trabajador ideal sería aquel que tuviera un rendimiento máximo, y en la medida en que la mujer debe dedicarse también a otras funciones, no calza con este modelo” (1973: 179). Desde la justicia social si se protege a la mujer se protege el fortalecimiento social, sin embargo, señala la autora, que en una “economía basada en la producción de bienes de cambio, el trabajo femenino, cuando está reglamentado, es disfuncional al sistema, dado que al encarecer el costo de la mano de obra éste repercute directamente en la ganancia individual del empresario” (p. 180). Los problemas que presenta el trabajo femenino dentro de una mentalidad de dominación masculina, son la maternidad, a la falta de preparación, y en el proceso socializador, los problemas que implican los aspectos psicológicos: “Al constatar estos problemas que presenta el trabajo femenino, los empresarios no se cuestionan sobre sus causas; necesitan obreras que rindan, según parámetros masculinos, y si tal fenómeno no se da, lo imputan a la naturaleza femenina, como un problema puramente individual, y que tiene que ser resuelto a este nivel. Su énfasis se centra en la mujer en cuanto obrera; las exigencias que su función de esposa-madre-dueña de casa les plantea son vistas sólo como dificultades para su trabajo” (p. 182).

En el caso de las obreras su trabajo se dividen entre los roles de esposa-madre-dueña de casa, “que expresan, según los patrones tradicionales, su existencia como mujer; y perciben su situación de trabajo fundamentalmente como generadora de conflictos. Es justamente en la sobreposición de estos roles que se encuentra el nudo del problema. Este puede clasificarse en torno a tres aspectos principales: a) el cuidado de los niños; b) el trabajo doméstico, y c) la escasa colaboración masculina” (ibídem).

Con relación al varón, la mujer se encuentra además en un tercer ámbito de trabajo: el trabajo doméstico. En un principio, la tarea de la mujer en el hogar no era considerada como trabajo. Posteriormente, se entró a considerar lo doméstico como un ámbito social relevante y como un ámbito de trabajo no remunerado ni reconocido. Este no reconocimiento se funda en un valor de la ideología liberal que establece la idea de privacidad para el mundo familiar: “La perspectiva individualista pretende proteger al ámbito familiar, aislándolo de cualquiera interferencia ajena. Este es el dominio de lo privado, de lo particular. Esto hace que las labores domésticas se encuentren aún a un nivel premanufacturero en que se ignoran las ventajas de la colaboración y en el que el trabajo subdividido en cada hogar se multiplica innecesariamente” (1973: 184).

En el hogar se da una escasa colaboración masculina: “El problema se agudiza por el hecho de que, en general, el hombre ayuda poco a simplemente se niega a colaborar en los trabajos domésticos. Las pautas culturales vigentes los consideran como específicamente femeninos, y por ende, subalternos. La división sexual del trabajo adquiere aquí características de explotación, ya que no hay reciprocidad: la mujer participa de la producción, pero el hombre no lo hace con respecto a las tareas ligadas a la reproducción” (p. 185).

Referencias bibliográficas:

Teresita de Barbieri: Los ámbitos de acción de las mujeres, en: Narda Henríquez (ed.). Encrujiadas del saber: los estudios del género en las ciencias sociales. Lima, Pontificia Univ. Católica del Perú, 1996, p. 107-132.

Teresita de Barbieri y Lucía Ribeiro: La mujer obrera chilena. Una aproximación a su estudio, en: Cuadernos de la realidad nacional16, 1973, p. 167-201.

 

En el año 1974, se dicta en México la “Ley de Población”: “En la ley de población se creó el Consejo Nacional de Población (CONAPO) como organismo rector de la política demográfica. En el Reglamento de la Ley (17.Nov.1976): se recalca que la planeación familiar es un derecho de toda persona humana” (1999: 114). En 1977, se diseña una política poblacional (11). El objetivo de esta ley es controlar el crecimiento poblacional, siendo sus objetivos fundamentales: 1) inducir, con pleno respecto de la libertad individual, la reducción de la fecundidad y, con ello, disminuir el crecimiento de la población y 2) racionalizar la distribución de los movimientos migratorios para lograr un doblamiento acorde con un desarrollo regional más equilibrado (p. 115): “Todo el documento está perneado por la idea de la integración de la política demográfica a la de desarrollo (…). La política de población se concibe como un proceso para orientar a los individuos hacia un mayor desarrollo humano y, como tal, dicha política no encuentra justificación autónoma, sino que sus criterios están supeditados a los grandes objetivos nacionales” (p. 115).

Hasta los setenta, el resultado estadístico establecía que las mujeres mexicanas al final de su vida reproductiva contaban con un promedio entre 7 y 8 hijos (7,5). La política poblacional fue instrumentada, en el caso mexicano, por el Programa de Planificación Familiar, que introduciendo métodos anticonceptivos, intentó rebajar el promedio reproductivo o la tasa de fecundidad de hijos entre 2 y 3 (2,5). En este periodo en que se dicta la Ley y que están en proceso las políticas poblacionales, de Barbieri se trasladaba de Chile a México por el golpe militar de 1973. De Barbieri se incorpora como investigadora al Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM (IISUNAM), que en ese momento posterior a la Ley, introducía dos nuevas líneas de investigación: Sociología de la población y Demografía. Dentro de este campo investigativo, su trabajo crítico consistió en poder observar en qué medida las políticas poblacionales favorecían o no a las mujeres, pues la principal crítica que se produjo a partir de la implementación de estas políticas, a nivel internacional, fue la de denunciar la existencia de una política de esterilización: “La política demográfica y sus éxitos se han basado en la ampliación permanente del número de usuarias de métodos anticonceptivos” (p. 117). Surgieron entonces entre los movimientos sociales y de mujeres, los reclamos de los derechos reproductivos de las mujeres y los derechos de salud. Por ello, de Barbieri intentaba demostrar hasta qué punto, con la implementación de esta ley de política poblacional, las mujeres estaban siendo no sujetos de drecho, sino objetos o instrumentos de la política, pues la “política de población en México es igual a control del crecimiento demográfico por la vía del control de la fecundidad” (p. 130).

Referencias bibliográficas:

Teresita de Barbieri: Cambio sociodemográfico, políticas de población y derechos reproductivos en México, en: Adriana Ortiz-Ortega (comp.). Derechos reproductivos de las mujeres: un debate sobre justicia en México. México, Edamex, 1999, p. 101-145.

El trabajo doméstico es definido por de Barbieri en calidad de trabajo socialmente necesario. En la entrevista la autora señala cómo en el momento en que iniciaba su investigación sobre la mujer y su lugar dentro de la división social del trabajo, comenzaba a preguntarse en qué medida la vida privada, doméstica, familiar, ocupaba el tiempo de las mujeres y en qué medida el trabajo doméstico pasaba a ser un trabajo necesario y necesario para qué. La categoría de Marx de trabajo socialmente necesario relativo a la producción de mercancías, le sirvió a de Barbieri para determinar el trabajo doméstico como un trabajo en el que está pendiente la supervivencia de las personas, “porque si no se hace trabajo doméstico, alguna gente puede morir” (12). El trabajo doméstico es redefinido por de Barbieri entonces, dentro de la categoría de trabajo socialmente necesario: “Bajo una perspectiva teórica marxista, se plantearon hipótesis acerca de la relación entre trabajo doméstico y la producción y reproducción de la mercancía y fuerza de trabajo. Se sostuvo que la reproducción de esta última se basa en gran parte en aquél” (de Barbieri 1996: 109).

Dentro del proceso de revaluación del trabajo doméstico queda comprendida la reproducción del trabajador y su familia como fuerza de trabajo, esto implica el llevar a cabo un “conjunto de actividades que se realizan en el ámbito doméstico que van desde la compra de bienes, su elaboración para ser consumidos, a la prestación de toda una serie de servicios domésticos de limpieza, transporte, administración, que por lo general están a cargo de la mujer ama de casa” (1989: 21-22). La reproducción de la fuerza de trabajo se da básicamente mediante tres aspectos: a) intensificación de la participación de las mujeres en actividades de mercado, b) incremento del volumen del trabajo doméstico y la incorporación de nuevas actividades en ese ámbito, y c) los cambios en los lazos de solidaridad entre familiares y amigos” (p. 22). El trabajo doméstico pasa a ser visto entonces como un trabajo indispensable, pues atiende directamente al cuidado de las personas y a su supervivencia: “Los niños no sobreviven sin trabajo doméstico. Las enfermas y los enfermos tampoco sin el trabajo que se hace en la casa, y entonces: ¿Quién hace ese trabajo? ¿Por qué? ¿Cuánto tiempo le lleva? ¿Cómo se compagina ese trabajo con las responsabilidades de fuera de la casa? ¿Cuánto de ese trabajo se hace adentro de la casa, cuánto se hace afuera de la casa? ¿Cuánto ese trabajo es para la persona que lo hace y cuánto es para los otros? Incluso quería saber si les gusta, si lo hacen con placer, o si es una imposición que tienen que hacer aunque les desagrade y les moleste. Todo eso quería saber” (12).

En sus primeras entrevistas con las mujeres en Chile, sobre todo con las mujeres obreras, la autora percibe “que había demandas domésticas, demandas de la vida privada que impedían a las mujeres tomar responsabilidades en la vida pública. Ahora, ¿cómo era que se articulan una y otra?” (12): “Vista la esfera del trabajo asalariado como pública quedaba clara la relación entre lo privado y lo domésticp y lo público: la interdependencia de una y otra y la articulación necesaria en condiciones de desigualdad y desventaja de la privada ante la pública” (1996: 109). Al estrechar el vínculo entre el varón y lo público, subordinando a la mujer a una esfera privada o de menor importancia para la sociedad, los varones adquirían entonces mayores privilegios, así como una valoración de que su papel en la sociedad era de mayor importancia: “Procesos tales como el mantenimiento de la vida humana y la reproducción de la fuerza de trabajo fueron negados como procesos de trabajo y si se les aceptaba como tales, no se veía la necesidad de indagar en ellos y en sus agentes” (1983: 9-10).

Con respecto a la introducción de las problemáticas de género dentro de la división social del trabajo: “a medida que aparecían nuevos resultados de investigación, cada vez quedaba más en claro la existencia de una división social del trabajo basada en el sexo y una subordinación social de las mujeres a los varones en los distintos niveles de las sociedades estudiadas. Fenómenos universales y no exclusivos de las sociedades latinoamericanas” (1983: 9).

Con ayuda del género, se llegó a comprender que la desigualdad social, partía de una desigualdad naturalizada entre el valor y la mujer, en la que “la subordinación de las mujeres a los varones y la división social del trabajo basada en el género” no es algo inmutable, sino histórico. (p. 11). Las principales preguntas tendrían que articularse por lo tanto como la autora destaca, de la siguiente forma: ¿por qué existe la división del trabajo basada en el género y la subordinación de las mujeres a los varones en todo los niveles de las sociedades?; ¿cómo se articula esta diferenciación social con las otras y principalmente, con la división de la sociedad en clases? (ibídem).

Con el movimiento y la reivindicación de las mujeres se ha podido establecer la dimensión del trabajo doméstico como trabajo socialmente necesario e indispensable como trabajo de cuidado y supervivencia y como trabajo de reproducción. En el “trabajo doméstico” interviene por último la reivindicación de lo cotidiano como esfera de la vida de las personas en la que se debaten los requerimientos para sostener y reproducir la vida de las personas.

Referencias bibliográficas:

Teresita de Barbieri y Orlandina de Oliveira (eds.). Mujeres en América Latina: análisis de una década en crisis. Madrid, IEPALA Ed, 1989.

Teresita de Barbieri: Los ámbitos de acción de las mujeres, en: Narda Henríquez (ed.). Encrujiadas del saber: los estudios de género en las ciencias sociales. Lima, Pontificia Univ. Católica del Perú, 1996, p. 107-132.

Teresita de Barbieri: Prólogo, en: Catalina Waineman, Elizabeth Jelin y María del Carmen Feijoó (eds.). Del deber ser y el hacer de las mujeres: dos estudios de caso en Argentina. México, El Colégio de México/PISPAL, 1983, p. 9-14.

De Barbieri logra conceptualizar la vida cotidiana en el marco de la teoría sociológica de género (13): “Fue una estrategia de investigación porque yo tenía que ubicar el hacer a lo largo del día y quería saber cómo era que el trabajo doméstico organizaba o no, la vida cotidiana de la mujer. Cuán importante era en la vida cotidiana. Yo no había leído nada hasta ese momento sobre vida cotidiana, entonces llegando a México, me encontré con los libros de Anne Heller, que me ayudó mucho para entender lo que es la vida cotidiana de la vida histórica, de las situaciones no cotidianas de la vida, y por ahí más o menos me fui” (13).

Al privilegiarse “los aspectos públicos y de la producción la historia” dirigida a reconstruir aspectos del pasado, se “ha dejado de lado cuestiones tales como la crianza y educación de niños, el lugar de la familia, los sentimientos y afectos dominantes, etc.; es decir, aquellos aspectos de la vida en los que tradicionalmente las mujeres han tenido un espacio destacado” (1983: 10). Estas son principalmente las diferencias entre vida histórica y vida cotidiana: “Las problemáticas estudiadas eran aquellas en las que los varones han sido cuantitativamente más importantes: la producción de bienes y servicios, la participación sindical y política, los partidos, etc. Procesos tales como el mantenimiento de la vida humana y la reproducción de la fuerza de trabajo fueron negados como procesos de trabajo y si se les aceptaba como tales, no se veía la necesidad de indagar en ellos y en sus agentes” (págs. 9-10).

Por lo tanto, la vida cotidiana adquiere una importancia dentro de la evaluación del trabajo de la mujer y del trabajo doméstico como trabajo socialmente necesario dentro de la división social del trabajo, en el que lo relativo a la reproducción y la supervivencia de las personas quedaba marcado como tareas secundarias dentro de la sociedad liberal y capitalista, y como parte de la división dicotómica que estableció entre lo público y lo privado: “La vida cotidiana es un ámbito muy interesante porque está estructurada de fuera. Y al mismo tiempo, estructura la vida de las personas. Es decir, hay determinantes de clase del tiempo histórico en el que se vive, que se reflejan en la vida cotidiana, que se expresan en la vida cotidiana. Pero al mismo tiempo, uno ve cómo por ejemplo la división del trabajo organiza la vida de las mujeres y de los hombres. Principalmente de las mujeres” (14).

Referencias bibliográficas:

Teresita de Barbieri: Prólogo, en: Catalina Wainerman, Elizabeth Jelin y María del Carmen Feijoó (eds.). Del deber ser y el hacer de las mujeres: 2 estudios de caso en Argentina. México, El Colegio de México/PISPAL, 1983, p. 9-14.

Se trata de una categoría que fue introducida por de Barbieri en 1991, con la publicación del artículo: Los ámbitos de acción de las mujeres, en la Revista Mexicana de Sociología. Los ámbitos de acción son definidos por la autora como espacios de interrelación social, de normas que rigen en distintos sectores (16). A partir de mediados del siglo XX, después de la Segunda guerra mundial, “aparecen nuevas esferas de acción con la creación y fortalecimiento del EB, con la ampliación de los derechos humanos (1948) a todas las categorías de lo humano; con el aumento y mayor complejidad de la división social del trabajo, con la aparición de movimientos sociales que cuestionan la división de la sociedad en público y privado” (Barbieri 1996: 118). Al considerar los ámbitos de acción, hay que considerar los espacios y las acciones más allá de lo público y lo privado, además poder distinguir los distintos ámbitos en que se ramifica lo público (lo público-político, lo público-estatal, lo público-social), al nivel de los movimientos sociales o al nivel de la participación en grupos de interés, entre otros, y lo privado como expresión de los derechos y responsabilidades individuales de lo doméstico y las colectivas donde interactúan los sujetos. (16)

La autora está de acuerdo con quienes critican la representación dicotómica de las sociedades contemporáneas, puesto que “no permite dar cuenta de la complejidad de espacios sociales y físicos en que transcurren la vida humana y el hacer de los actores sociales. Tal como se ha manejado, constriñe el análisis y dificulta el acercamiento a la realidad” (págs. 118-119). Los análisis tampoco podrían limitarse al estudio de las representaciones como si estuvieran ancladas en el espacio físico, por ejemplo no se puede reducir lo privado como aquello que sucede “de la puerta de la casa o el tugurio hacia adentro”, ni lo público como “lo que está de la puerta del domicilio hacia fuera”, ni es suficiente considerar lo público como “las acciones que toman como referencia al estado y al gobierno y lo privado como el campo de acción de los particulares. Pienso en una recuperación de las relaciones sociales en ámbitos específicos, que recoja las distintas normatividades, actores e interlocutores presentes en dichas relaciones. El ejercicio que propongo a continuación intenta no desconocer ámbitos de juricidad diferentes, para tratar de identificar tramas de relaciones específicas que orientan y determinan la acción social.” (ibídem)

Como resultado de esta búsqueda de los principales ámbitos de acción, la autora propone seis espacios principales: 1) el de la acción y competencia estatales, 2) el de la esfera pública, 3) el de la sociedad civil y sus distintos niveles de organización, 4) el económico y/o del mercado: mercado de bienes y servicios y fuerza de trabajo, 5) el ámbito doméstico, y por último, 6) el íntimo o personal (p. 129).

El primer ámbito o el de la “esfera estatal” lo define la autora como “el espacio de mayor inclusión y abarcamiento, el que organiza la sociedad en términos de la normatividad más general. Esta se expresa en las constituciones y en los tratados internacionales. Desde 1948 los Estados miembros de la Organización de las Naciones Unidas se comprometen a respetar y hacer cumplir en el ámbito de sus competencias la declaración universal de los derechos humanos: las garantías de libertad, igualdad, integridad física de las personas, movimiento, trabajo, formar y responsabilizarse de la familia y la descendencia, propiedad, educación, atención a la salud, vivienda, poner a los detenidos a disposición de los jueces competentes en un plazo mayor de 72 horas.” (p. 119)

El segundo ámbito, el de la “esfera pública” tomando la postura de Habermas (1986) es el “espacio privilegiado de lo político. Es el espacio social donde los ciudadanos expresan sus intereses diversos, generan opinión pública, vigilan la acción del gobierno mediante la crítica, hacen propuestas, demandas y proyectos más globales de organización de la sociedad, se enfrentan entre sí por el poder del Estado” (p. 116). Para de Barbieri “lo público” es también el “espacio de conocimiento y reflexión de la sociedad sobre sí misma y de las propuestas y acciones colectivas que tienden a mantener o alterar el estado de cosas vigente en la sociedad, o en sectores particulares de la misma” (p. 120).

En cuanto a la “sociedad civil”, el tercer ámbito, se define como una reunión de “grupos y organizaciones muy diversas de personas, de temporalidad variable, y de objetivos limitados a la satisfacción de necesidades específicas. En su acción pueden o no demandar al estado o al gobierno, pero cuando lo hacen no lo cuestionan globalmente. Su impacto en la opinión pública es más restringido y para que pueda lograrse es necesario trascender a este nivel” (p. 121). El ámbito de la “sociedad civil” cuenta “con menos incidencia política que los ubicados en la esfera estatal y gubernamental” (ibídem).

El cuarto ámbito le corresponde al “lo económico y al mercado”, lo constituye la fuerza de trabajo y el mercado de los bienes y servicios. Señala la autora que: “la participación femenina en el mercado marca el acceso de las mujeres al mundo público. Se ha visto que la participación en ámbitos laborales crea espacios de interacción con encuadres diferentes del doméstico, los que permiten al crecimiento personal, la toma de conciencia de la subordinación del género y la politización de las mujeres.” (p. 125)

El quinto ámbito es el de la “esfera doméstica”, ámbito que “se ha visto reducido en sus funciones, competencias, tareas en el proceso de la modernidad, pero que se mantiene como núcleo insustituible. Porque en él se crea y se mantiene la vida humana, en su doble faz, como vida biológica y como proceso de relacionamiento social, de humanización permanente y constante. Es la esfera dominada por las relaciones y solidaridades del parentesco, la conyugalidad, el parentesco simbólico y la amistad. Donde priman las relaciones afectivas sobre las contractuales y las leyes del psiquismo sobre la normatividad jurídica” (p. 125). Lo privado es un “espacio de autonomía personal, se juega en todos los ámbitos, de la interacción social, dentro y fuera del domicilio: en las relaciones afectivas y familiares, en el consultorio médico y en los centros hospitalarios de propiedad estatal y privada, en el lugar de trabajo, en las transacciones comerciales cotidianas, en las organizaciones sociales y las acciones colectivas. Su preservación exige estar alerta y permanentemente a la defensa y como contrapartida, de mecanismos eficaces para la salvaguarda y la denuncia de las arbitrariedades” (págs. 128-129). Esta esfera “no está excluida de la reglamentación legal. El derecho de propiedad, el de la familia y el de herencia rigen las relaciones sociales, señalan responsabilidades y exigencias mutuas entre las distintas categorías de integrantes” (p. 126).

El último ámbito lo constituye la “esfera de lo íntimo” o lo personal, y se entiende como el “espacio de la libertad individual, del afecto y las pulsiones. El lugar del sujeto con sus derechos y garantías, con sus compromisos y responsabilidades. Ámbito donde se expresan las determinaciones biológicas, socioculturales y psíquicas en permanente reacomodo, con sus potencialidades y limitaciones. Son conocidos los fuertes intentos exitosos por parte del Estado y otras instituciones sociales y económicas para normar y regular la conducta, limitar las potencialidades de pensamiento y acción. Es en los sujetos, las personas, los individuos donde toman cuerpo las construcciones simbólicas e imaginarias que dan sentido a la acción social” (p. 127). A través de la presencia y las luchas de los movimientos sociales y las acciones colectivas, en los últimos treinta años, se ha reivindicado “la esfera íntima como campo de lucha; los movimientos feministas, los homosexuales, los que se articulan en torno a los derechos reproductivos, los partidiarios de la eutanasia, los jóvenes y los viejos(as)” (p. 127). El reforzamiento de la esfera íntima y personal, indica de Barbieri, “obliga a la vez a ampliar la tolerancia y el reconocimiento de la otredad tanto desde las instituciones, las corporaciones y el Estado como desde las personas” (págs. 127-128).

En cuanto al tratamiento de estos ámbitos, a nivel metodológico, y desde el punto de vista de la investigación sobre las mujeres y los géneros, la autora intenta “recuperar las tramas de las relaciones. Las normatividades jurídicas y culturales, los actores e interlocutores en los espacios por donde se mueven” (p. 129). En cuanto a las acciones de las mujeres, de Barbieri se refiere específicamente a la participaciónde las mujeres: 1) en la “esfera estatal” cuando son “militantes de partidos y organizaciones que buscan estar representadas en el Estado y que aspiran a obtener el gobierno. Por lo general la participación es baja aquí y, para reforzarla, se propone en varios países el sistema de cuotas” (p. 122). 2) En la “esfera pública” cuando “demandan al Estado el cumplimiento de sus obligaciones de tutelaje de las garantías constitucionales; leyes que cambian la correlación de fuerzas del género femenino; servicios y subsidios para el mejoramiento de las condiciones de vida de los integrantes de los hogares” (ibídem). 3) En el ámbito de la “sociedad civil”, la participación se determina “cuando se realizan acciones colectivas tales que repercuten en la colectividad mejorando las condiciones de vida como construir una escuela, limpiar las calles, organizar clubes de beneficiencia, cooperativas de producción y consumo, etc. La ubicación en una u otra esfera es, por lo tanto, función de los interlocutores, referentes y proyectos de las mujeres (ibídem).

Referencias bibliográficas:

Teresita de Barbieri: Los ámbitos de acción de las mujeres, en: Narda Henríquez (ed.). Encrujiadas del saber: los estudios de género en las ciencias sociales. Lima, Pontificia Univ. Católica del Perú, 1996, p. 107-132.

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