Teoría: Transcripción
W. J. – El contraste de la situación en Ciudad Juárez con lo que sucede en Mar del Plata resulta importante, y quizá como para introducirnos ya en algunas preguntas un poco más teóricas, nos referimos ahora a varias investigadoras norteamericanas y europeas que analizan la situación en América Latina y que han criticado el activismo de las mujeres latinoamericanas, porque desde él no se elabora una crítica al patriarcado, pues se lo relativiza frente a otras formas de opresión que se consideran fundamentales como las de raza o las de clase. En ese sentido, autores como Diana Taylor o como Melhuus Marit and Stolen han hablado de lo que sucede en nuestros países como de un proto-feminismo, o de un feminismo sui generis. ¿Qué piensas en relación a esto?
D. B. – Bueno, son posiciones sin duda interesantes, pero hechas desde una cierta perspectiva. Hay siempre que tener en cuenta las perspectivas de emergencia de teoría y de emergencia de condiciones reales de vida. En alguna medida nuestras colegas tienen un poco de razón. Pero como historiadora yo puedo decir que al final lo que hacemos es una convergencia interesante de motivos, por un lado, contextualizados, y al contextualizarlos, se ve que las situaciones son un poco diversas de lo que apunta la teoría. Al contextualizarlos nos damos cuenta de que, justamente, como me parece que he tratado de decir, hay feminismos que no son feministas, hay construcciones que no son feministas, pero que aportan fundamentalmente a la emergencia de condiciones reales de vida la idea de una subjetividad femenina y un derecho a esta subjetividad. Y por lo tanto yo no estoy tan segura tampoco de que dentro de la teoría feminista internacional a la fórmula patriarcal le vaya tan bien. Por ejemplo, aún en una nación como Francia, hay algunas autoras que no les gusta ya más usar el término patriarcado. Y, en fin, en Italia se pueden observar también a algunas autoras que ya no utilizan el concepto de patriarcado en orden de visibilizar, de ver o estimar, los cambios grandes que hay en estas sociedades. Entonces hay una alteración de esta cuestión.
Yo diría que el feminismo latinoamericano, a pesar de todo, expresa bastante bien la realidad latinoamericana. Podría tal vez expresarla de una manera más crítica. Podríamos ser mejores fermentos de una teoría. Yo creo que de alguna manera somos poco provocativas respecto al quehacer teórico. Sin embargo, me parece que sí hay una buena producción académica que puede llevar a una construcción de una teoría un poco más latinoamericana. Sin embargo, hay que tener cuidado también con las cuestiones de cómo nos posicionamos respecto a la teoría. Quiero ser prudente en esto.
Las teorías están asociadas generalmente a situaciones que tienen que ver claramente con los contextos en las que ellas emergen. Una teoría no sirve universalmente. Hay algunos principios teóricos que no los podemos llevar a los campos y a los terrenos empíricos. Además, hay que tener cuidado con las tesis teóricas cuando hacemos trabajos empíricos. Hay que saber trabajar con mucha sutileza entre aspectos teóricos y aspectos que tienen que ver con los materiales empíricos. Digo, que hay que tener cuidado, porque si trabajamos sólo con grandes marcos teóricos podemos no ver qué es lo que está apareciendo empíricamente como reto teórico. Sin embargo, yo creo que las evoluciones teóricas que se han tenido en América Latina no solamente se han tenido en el campo del feminismo, sino también, en los últimos quince años, en todas las disciplinas. Creo que podríamos estar construyendo me parece, en algún tiempo, un aporte más original a las teorías. Siento que nos falta seguramente esta singularidad teórica. Y que lo que tenemos por allí es tal vez singularidad empírica, realidades diferentes. En alguna medida debemos darles un poco de razón a nuestras colegas.
W. J. – Los aportes originales de América Latina a los estudios de género en todo caso tienen que ver con conceptos, métodos, o con temáticas, y tal vez con esta realidad empírica de Latinoamérica. ¿Por dónde ves una línea fructífera en la investigación en Latinoamérica?
D. B. – En cualquier sociedad hay muchas categorías de mujeres. Hay muchas realidades culturales. Felizmente, creo que estamos asociando a otras problemáticas el término de “mujeres”. Y la propia condición de género nos está diciendo que tenemos géneros en plural, diversos. De modo que la particularidad de América Latina es encontrar una nueva articulación en teoría y lo que vemos empíricamente de manera que asome lo empírico con una suerte yo diría de reto a la cuestión teórica. Por ejemplo, las viejas categorías de lo público y lo privado, categorías, como por ejemplo: esfera pública, participación política, asociaciones de la sociedad civil, tienen unas características peculiares en América Latina. Por ejemplo, es importante el hecho de que las representaciones políticas de mujeres son en este momento muy interesantes en la Argentina. La presencia de mujeres a raíz de la ley de cupos mínimos en 30% de mujeres (Ley de Cupo del 24 de diciembre de 1991 fue implementada con el fin de asegurar el acceso igualitario de las mujeres a los cargos públicos y establece un cupo mínimo de 30 % de participación de mujeres en las listas electorales), le da una realidad particular a la política. Eso no quiere decir que me parezca, a diferencia de la participación clara de mujeres en la política en Europa, que está mucho más forjada en términos de intereses de las mujeres, intereses feministas. Yo no podría decir que en la Argentina, en este momento, las representaciones de las mujeres sean muy espectaculares respecto al feminismo en la política. Deberíamos tener mucho cuidado. Están hablando bien de la participación de género en la política, del género femenino, pero probablemente no son muy audaces sus participaciones respecto de propuestas feministas. Es un poco diferente en Europa. Por ejemplo, mi impresión es que, inclusive aquí en Alemania y en los países del norte, hay una agencia feminista más clara respecto a las representaciones políticas. Sin embargo, hay otras realidades, por ejemplo, hay unas revoluciones silenciosas que han hecho las mujeres en la política en México.
México es un país que ha transformado notablemente la presencia femenina; ha transformado la estructura de los viejos partidos. Me refiero al PRI, por ejemplo, donde hay una expresión de mujeres de un talento notable, y una capacidad de liderazgo notable. En Argentina, puedo dar dos nombres, pero ellos están muy contaminados con la propia participación de ambos esposos. Me refiero, por ejemplo, a la esposa del presidente de la República y a la esposa de un ex-presidente de la República, que tienen en estos días, mucha fuerza política. Sin embargo, yo encuentro que hay diferencias entre la mayor capacidad de liderar con más autonomía de las mexicanas, en este momento, que las mujeres en Argentina. Esta realidad significa que tengamos que ver al género de alguna manera, digamos, a los problemas de género en relación a la teoría de manera diversa.
Otra cuestión, por ejemplo, es la larga agencia asistencial de las mujeres en la Argentina y en América Latina. En Argentina de manera muy exponencial, las mujeres han participado de los actos benéficos como dice y manda la tradición, pero lo han hecho de una manera notable. Hoy tenemos numerosos trabajos que muestran el capital público de las mujeres. Por ejemplo, en la asistencia pública en la Argentina, las mujeres han logrado un dominio, en el hecho de ordenar una serie de cuestiones administrativas que son muy notables y que probablemente no tengan el mismo registro en estos países. Esto significa que debemos alterar un poco la teoría, debemos referirnos a la “asistencia”: Esas mujeres que asisten públicamente y que tienen agencias casi gubernamentales tuvieron un orden muy importante de relativo poder, porque la beneficencia pública era absolutamente subsidiada por el Estado en la Argentina. Entonces, esto quiere decir, que tenemos que conversar con la teoría de nuevo. Esta división entre “público” y “privado” se desorganiza bastante si trabajamos con corrección, o por lo menos, con mayor rigor, o indagamos con otras preguntas a nuestro pasado. Para concluir, la teoría, inclusive la teoría presente, tiene que vérsela con la propia historiografía. Es decir, que una buena teoría feminista tiene que conversar siempre con historiografía. Y tiene que conversar desde luego con las diferentes realidades para encontrar las márgenes nuevas en que la propia teoría está en cuestión, pudiendo ser revisada o aún pudiendo ser suplantada por otras vertientes teóricas.