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Estrategias Femeninas: Transcripción

J. S. – Ahora, tenemos varias preguntas en torno al zapatismo. Cuando hablas en tus trabajos sobre los zapatistas y, en especial, sobre las mujeres indígenas dentro del zapatismo, te refieres a ellos, con frecuencia, como sujetos que carecen de la facultad de narrar su historia y como sujetos que no poseen un rostro. En tu artículo: “Descarados y deslenguadas” hablas de: “la invisibilidad de las mujeres indígenas”. ¿Podrías decirnos en qué sentido estás usando el concepto de invisibilidad? ¿Se trata de un concepto que podríamos entender de la misma manera que el concepto de ininteligibilidad de Judith Butler?

M. B. – La idea de que carecen de palabra y de rostro, si regresamos a Spivak –no se si han leído este texto ya: “Can the subaltern speak?” de 1988, ¿Puede el subalterno hablar?–. Los subalternos carecen de las palabras, del discurso que ha venido siendo aceptado por la modernidad. Ellos hablan un “lenguaje otro” que ya está diferenciado de los registros, de los sistemas y de los paradigmas que la modernidad entiende. Entonces, no es que no sepan hablar, por supuesto, saben hablar y pueden, pero requieren de un mediador, y allí está Marcos para que transforme y adecúe las palabras y las necesidades a una modernidad y a una ciudadanía que ésta puede entender. Por otro lado, los indígenas no tienen rostro porque en México y en Latinoamérica siempre hay un dicho que dice que todos los indios son iguales; que tienen la misma cara. Y se dice que todos los japoneses son iguales. Hay una cosa muy brutal en el hecho de homogenizar al otro. Los zapatistas jugaron con esto. Por eso, la máscara sirve para redoblar el hecho de que todos son iguales, porque de todas maneras, todos son culpables. Si una máscara a un indígena no le cubre nada, es porque no tiene cara, pero no para el otro, sino para la ley. Y la invisibilidad consiste en que son invisibles y son inaudibles para las formas en que quieren ser vistos y para las formas en que quieren ser oídos, porque son visibles en los pueblos, frente a sus telares, frente al campo, frente al haz, frente al burro. Son visibles en los registros de la visibilidad moderna, pero invisibles en sus registros, por esto requieren un mediador del tipo de Marcos –que ya, después, si quieres, hablamos también un poco de cuál es la especificidad de esta mediación, el tipo de operaciones que tienen que hacer la lengua y el cuerpo de Marcos para poder impactar una ciudadanía–.

La ininteligibilidad de Butler es otra cosa, ella es un poco esta idea de “lo real lacaneano”, es cuando el subalterno o el otro, escapa. Tú lo quieres fijar, tú quieres decir: “el indígena quiere esto”, pero siempre hay un resto, un exceso, algo que se escapa a la manera en que la modernidad, lo lingüístico y el discurso fijan a este otro indígena en sus demandas. Entonces, allí, lo ininteligible para Butler es esta capacidad de siempre ir extendiendo el discurso y los conceptos para poder abarcar lo que es el otro. Entonces, sería como un “recurso de fuga”, que es muy importante. El “recurso de fuga” para el otro, y el “recurso de extensión del discurso” para la modernidad.

 

 

J. S. – En tu artículo: “Máscaras y posdatas: estrategias femeninas en la rebelión indígena de Chiapas” (1995), hablas de las diferentes estrategias de comunicación de los zapatistas. En este contexto, dices que lo “femenino”, en la rebelión zapatista, no puede ser percibido y lo defines como un “juego de sombras y reflejos” y como “conciencia del suplemento”. ¿Puedes explicarnos qué es lo que entiendes por “estrategias femeninas” y qué significa para ti: “conciencia del suplemento”?

M. B. – Este artículo lo escribí en el año 1994, cuando recién empezó la rebelión. A mí me parecía que el hecho de usar máscaras, y el hecho de usar “post-scripts”, –las posdatas están abajo, vienen abajo de la firma–, siempre son el “last minute thought”. ¡Ah!, se me olvidaba decirte que entonces esto me pareció una estrategia de ser la subalternidad, me pareció una “estrategia del débil” –para usar un concepto de Josefina Ludmer–, una estrategia de algo que no cabe en el cuerpo central de la carta. La posdata siempre es un resto, un residuo. Entonces, esta posdata era la voz de Marcos para diferentes sujetos, diferentes comunidades, diferentes personas, diferentes naciones en el mundo, y la lectura de las posdatas, la hacía siempre después de haber hecho lo importante, que era decir lo que el Comité Clandestino Revolucionario Indígena quería decir. Entonces, pensé, que la invisibilidad de la cara –el todos somos iguales– y las posdatas son “estrategias del débil”. Y al principio, en el año 1994, las categoricé como “estrategias femeninas”, como un uso académico-político también de la feminidad. Como para decir que estas estrategias son el residuo, lo de abajo, el resto, lo indecible. Lo que no puedes decir en el cuerpo, lo dices en la posdata. Esto tiene que ver con la feminidad, con la “otredad”. Entonces, hice una elaboración de las máscaras –el ocultar la cara–, y las posdatas, y la palabra, como estrategias más bien marginales, ex-céntricas, fuera del centro. Ahí empujé el concepto de femenino también. Pero no necesariamente que sean “femeninas”, sino que son marginales, ex-céntricas y como “estrategias del débil”. La posdata es masculina y es femenina. La posdata no es femenina y la máscara no es femenina. Pero sí es marginal.