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La participación

El tema de la participación, señala de Barbieri, surge con la crisis económica que viven las naciones latinoamericanas en la década de los ochenta. En esta época se comienza a estudiar la participación de las mujeres dentro de la división social del trabajo y su papel en esta crisis económica.

La participación y acción femeninas adquieren relevancia con el movimiento feminista a través del cual se transforma la perspectiva de lo político (lo personal es político). En este momento “cobra importancia un nuevo objeto de estudio académico: el de la participación social y política de las mujeres. El análisis versa sobre el dónde, cuándo, cómo, por qué y para qué las mujeres se organizan, estables en objetivos de lucha, salen a la calle, los resultados obtenidos en sus acciones y la cultura política que se genera en la acción” (1996: 110).

La participación y acción femeninas son estudiadas por la autora dentro de lo que denomina ámbitos de acción, en los que son observadas las diversas intervenciones sociales, o los diversos tipos de participación política tanto en la esfera estatal, en la esfera pública como en la sociedad civil.

Dentro de esta esfera de la participación de la mujer en lo político, de Babieri analiza el caso del género en el trabajo estatal, gubernamental y parlamentario, preguntándose: “si las mujeres tienen formas particulares de actuar en política; si efectivamente, como se supone, incorporan –en la acción política– perspectivas de análisis y propuestas más enfocadas a las resoluciones de los problemas cotidianos y si son más sensibles a aspectos problemáticos más inmediatos de la población en general y de las mujeres en particular; si en su hacer político construyen representaciones de la ciudadanía diferentes a las de los varones; si han dado lugar a representaciones femeninas fluidas y ágiles con las que se identifiquen, segmentos particulares de la ciudadanía, principalmente mujeres” (1973: 170). El tema de la participación de las mujeres en el Estado no ha sido muy analizado “principalmente cuando por resultado electoral o por designación acceden al desempeño de cargos de representación y organización de la gestión de parte de las responsabilidades estatales. Una primera aproximación cuantitativa la realizó en México Da Silva (1986). Pero queda por estudiarse cómo ha sido esa gestión y representación y en particular qué soluciones para la superación de la subordinación femenina han sido impulsadas por las mujeres que ocupan dichos cargos” (1996: 120).

Como aparece en la entrevista, de Barbieri pasará a analizar posteriormente, la participación de las mujeres en el sistema político mexicano que por mucho tiempo fue dominado por el Partido Revolucionario Institucional (PRI) y su cultura política clientelar entre hombres. (17)

De Barbieri se refiere en primer lugar a la organización del PRI como una organización vertical o piramidal de grupos con un líder. Las mujeres ocupan principalmente no las posiciones de liderazgos, sino la base. Su labor se convierte mayoritariamente en conseguir votos, llevar gente a las manifestaciones o a los actos: “Cada líder tiene un conjunto de mujeres en su base, según parece. Ahora bien, estas mujeres están ocupadas, y en el PRI es muy característico que la gente pasa de trabajar en el partido a trabajar en el gobierno y a trabajar en los sindicatos por ejemplo. Entonces el partido les asegura ocupación y les asegura ingreso a la gente. Y las mujeres son muy importantes para toda esta tarea de base. A medida que la mujeres van demostrando su capacidad de trabajo, dedicación, organización, inteligencia, es decir, que son útiles para quienes ejercen, para quiénes están en las cúpulas de esas pirámides, las mujeres van subiendo. Ahora, según me lo explicaban ellas mismas, algunas de ellas, suben hasta cierto nivel, hasta un nivel en el que no le hacen sombra a los varones y sobre todo al que esté al máximo de la línea de la pirámide” (17).

Dentro de esta organización piramidal, las mujeres han podido subir hasta los cargos de diputadas federales: “Más allá de diputadas federales es muy difícil que las mujeres pasen, y las que pasan son muy excepcionales, son mujeres que están en un nivel de competencia muy alto, que han sido gobernadoras, que han sido senadoras, diligentes del Partido, que compiten con los varones y que pueden hacerle sombra importante, y son unos casos muy pequeños, muy contados con los dedos las manos: es Beatriz de Paredes, es la de Yucatán, es María de los Ángeles Moreno, Silvia Hernández” (17).

Con respecto a la participación de la mujer en la esfera del trabajo y el mercado, de Barbieri señala que “tiene que ser analizada dentro del cuadro más global de la evolución de la población, en general, y de la población económicamente activa, en particular” (ibídem). En cuanto a la PEA (Población Económicamente Activa) de las mujeres, luego del auge industrial de 1952, una parte de las mujeres que trabajaba en la industria y en el sector agrícola se traslada al sector servicios. En los sesenta el sector servicios ocupa el lugar de mayor fuerza de trabajo para las mujeres: “La categoría de empleados domésticos, ínfima para los hombres, representaba, en 1960, la mayor proporción de mujeres” (p. 177).

Posteriormente, en los setenta, “el sector servicios empieza a disminuir relativamente, a favor ahora del comercio” (p. 175). Dentro del mercado, la participación femenina se vuelve muy amplia “en tanto consumidoras y vendedoras. El abastecimiento del hogar requiere de la actividad de mercadeo diario de las amas de casa y cada vez más, en la medida en que en los hogares se produce para el autoconsumo sólo de manera marginal” (1996: 123).

La participación femenina en el mercado de trabajo, indica la autora: “se encuentra más normada que la masculina, puesto que la capacidad reproductiva de las mujeres y el fruto de la concepción son bienes jurídicos que interesa proteger a la sociedad y al Estado. De ahí los permisos maternales, las reglamentaciones impuestas a los empleadores con relación a las mujeres embarazadas, el trabajo insalubre, las obligaciones de la seguridad social para con las mujeres madres como son los servicios de guarderías, los permisos para madres lactantes, etc. La mayor regulación puede hacer que se confunda a veces y se sobreponga con la esfera estatal. Además de que (…) el Estado en tanto empleador, se ve sometido al cumplimiento de la legislación laboral” (p. 124).

Dentro del trabajo femenino en la industria: “La situación de trabajo que enfrenta la mujer al integrarse al proceso productivo presenta ciertas características específicas que la definen como una situación problemática. Tal hecho surge de la contradicción existente entre las exigencias que se plantean a la mujer en cuanto trabajadora, esposa y madre y la incapacidad del sistema capitalista para atenderlas (…). En efecto, en este sistema, en que se enfatizan las leyes del mercado, el trabajador ideal sería aquel que tuviera un rendimiento máximo, y en la medida en que la mujer debe dedicarse también a otras funciones, no calza con este modelo” (1973: 179). Desde la justicia social si se protege a la mujer se protege el fortalecimiento social, sin embargo, señala la autora, que en una “economía basada en la producción de bienes de cambio, el trabajo femenino, cuando está reglamentado, es disfuncional al sistema, dado que al encarecer el costo de la mano de obra éste repercute directamente en la ganancia individual del empresario” (p. 180). Los problemas que presenta el trabajo femenino dentro de una mentalidad de dominación masculina, son la maternidad, a la falta de preparación, y en el proceso socializador, los problemas que implican los aspectos psicológicos: “Al constatar estos problemas que presenta el trabajo femenino, los empresarios no se cuestionan sobre sus causas; necesitan obreras que rindan, según parámetros masculinos, y si tal fenómeno no se da, lo imputan a la naturaleza femenina, como un problema puramente individual, y que tiene que ser resuelto a este nivel. Su énfasis se centra en la mujer en cuanto obrera; las exigencias que su función de esposa-madre-dueña de casa les plantea son vistas sólo como dificultades para su trabajo” (p. 182).

En el caso de las obreras su trabajo se dividen entre los roles de esposa-madre-dueña de casa, “que expresan, según los patrones tradicionales, su existencia como mujer; y perciben su situación de trabajo fundamentalmente como generadora de conflictos. Es justamente en la sobreposición de estos roles que se encuentra el nudo del problema. Este puede clasificarse en torno a tres aspectos principales: a) el cuidado de los niños; b) el trabajo doméstico, y c) la escasa colaboración masculina” (ibídem).

Con relación al varón, la mujer se encuentra además en un tercer ámbito de trabajo: el trabajo doméstico. En un principio, la tarea de la mujer en el hogar no era considerada como trabajo. Posteriormente, se entró a considerar lo doméstico como un ámbito social relevante y como un ámbito de trabajo no remunerado ni reconocido. Este no reconocimiento se funda en un valor de la ideología liberal que establece la idea de privacidad para el mundo familiar: “La perspectiva individualista pretende proteger al ámbito familiar, aislándolo de cualquiera interferencia ajena. Este es el dominio de lo privado, de lo particular. Esto hace que las labores domésticas se encuentren aún a un nivel premanufacturero en que se ignoran las ventajas de la colaboración y en el que el trabajo subdividido en cada hogar se multiplica innecesariamente” (1973: 184).

En el hogar se da una escasa colaboración masculina: “El problema se agudiza por el hecho de que, en general, el hombre ayuda poco a simplemente se niega a colaborar en los trabajos domésticos. Las pautas culturales vigentes los consideran como específicamente femeninos, y por ende, subalternos. La división sexual del trabajo adquiere aquí características de explotación, ya que no hay reciprocidad: la mujer participa de la producción, pero el hombre no lo hace con respecto a las tareas ligadas a la reproducción” (p. 185).

Referencias bibliográficas


Teresita de Barbieri: Los ámbitos de acción de las mujeres, en: Narda Henríquez (ed.). Encrucijadas del saber: los estudios de género en las ciencias sociales. Lima, Pontificia Univ. Católica del Perú, 1996, p. 107-132.


Teresita de Barbieri y Lucía Ribeiro: La mujer obrera chilena. Una aproximación a su estudio, en: Cuadernos de la realidad nacional16, 1973, p. 167-201.











El tema de la participación, señala de Barbieri, surge con la crisis económica que viven las naciones latinoamericanas en la década de los ochenta. En esta época se comienza a estudiar la participación de las mujeres dentro de la división social del trabajo y su papel en esta crisis económica.

La participación y acción femeninas adquieren relevancia con el movimiento feminista a través del cual se transforma la perspectiva de lo político (lo personal es político). En este momento “cobra importancia un nuevo objeto de estudio académico: el de la participación social y política de las mujeres. El análisis versa sobre el dónde, cuándo, cómo, por qué y para qué las mujeres se organizan, estables en objetivos de lucha, salen a la calle, los resultados obtenidos en sus acciones y la cultura política que se genera en la acción” (1996: 110).

La participación y acción femeninas son estudiadas por la autora dentro de lo que denomina ámbitos de acción, en los que son observadas las diversas intervenciones sociales, o los diversos tipos de participación política tanto en la esfera estatal, en la esfera pública como en la sociedad civil.

Dentro de esta esfera de la participación de la mujer en lo político, de Babieri analiza el caso del género en el trabajo estatal, gubernamental y parlamentario, preguntándose: “si las mujeres tienen formas particulares de actuar en política; si efectivamente, como se supone, incorporan –en la acción política– perspectivas de análisis y propuestas más enfocadas a las resoluciones de los problemas cotidianos y si son más sensibles a aspectos problemáticos más inmediatos de la población en general y de las mujeres en particular; si en su hacer político construyen representaciones de la ciudadanía diferentes a las de los varones; si han dado lugar a representaciones femeninas fluidas y ágiles con las que se identifiquen, segmentos particulares de la ciudadanía, principalmente mujeres” (1973: 170). El tema de la participación de las mujeres en el Estado no ha sido muy analizado “principalmente cuando por resultado electoral o por designación acceden al desempeño de cargos de representación y organización de la gestión de parte de las responsabilidades estatales. Una primera aproximación cuantitativa la realizó en México Da Silva (1986). Pero queda por estudiarse cómo ha sido esa gestión y representación y en particular qué soluciones para la superación de la subordinación femenina han sido impulsadas por las mujeres que ocupan dichos cargos” (1996: 120).

Como aparece en la entrevista, de Barbieri pasará a analizar posteriormente, la participación de las mujeres en el sistema político mexicano que por mucho tiempo fue dominado por el Partido Revolucionario Institucional (PRI) y su cultura política clientelar entre hombres. (17)

De Barbieri se refiere en primer lugar a la organización del PRI como una organización vertical o piramidal de grupos con un líder. Las mujeres ocupan principalmente no las posiciones de liderazgos, sino la base. Su labor se convierte mayoritariamente en conseguir votos, llevar gente a las manifestaciones o a los actos: “Cada líder tiene un conjunto de mujeres en su base, según parece. Ahora bien, estas mujeres están ocupadas, y en el PRI es muy característico que la gente pasa de trabajar en el partido a trabajar en el gobierno y a trabajar en los sindicatos por ejemplo. Entonces el partido les asegura ocupación y les asegura ingreso a la gente. Y las mujeres son muy importantes para toda esta tarea de base. A medida que la mujeres van demostrando su capacidad de trabajo, dedicación, organización, inteligencia, es decir, que son útiles para quienes ejercen, para quiénes están en las cúpulas de esas pirámides, las mujeres van subiendo. Ahora, según me lo explicaban ellas mismas, algunas de ellas, suben hasta cierto nivel, hasta un nivel en el que no le hacen sombra a los varones y sobre todo al que esté al máximo de la línea de la pirámide” (17).

Dentro de esta organización piramidal, las mujeres han podido subir hasta los cargos de diputadas federales: “Más allá de diputadas federales es muy difícil que las mujeres pasen, y las que pasan son muy excepcionales, son mujeres que están en un nivel de competencia muy alto, que han sido gobernadoras, que han sido senadoras, diligentes del Partido, que compiten con los varones y que pueden hacerle sombra importante, y son unos casos muy pequeños, muy contados con los dedos las manos: es Beatriz de Paredes, es la de Yucatán, es María de los Ángeles Moreno, Silvia Hernández” (17).

Con respecto a la participación de la mujer en la esfera del trabajo y el mercado, de Barbieri señala que “tiene que ser analizada dentro del cuadro más global de la evolución de la población, en general, y de la población económicamente activa, en particular” (ibídem). En cuanto a la PEA (Población Económicamente Activa) de las mujeres, luego del auge industrial de 1952, una parte de las mujeres que trabajaba en la industria y en el sector agrícola se traslada al sector servicios. En los sesenta el sector servicios ocupa el lugar de mayor fuerza de trabajo para las mujeres: “La categoría de empleados domésticos, ínfima para los hombres, representaba, en 1960, la mayor proporción de mujeres” (p. 177).

Posteriormente, en los setenta, “el sector servicios empieza a disminuir relativamente, a favor ahora del comercio” (p. 175). Dentro del mercado, la participación femenina se vuelve muy amplia “en tanto consumidoras y vendedoras. El abastecimiento del hogar requiere de la actividad de mercadeo diario de las amas de casa y cada vez más, en la medida en que en los hogares se produce para el autoconsumo sólo de manera marginal” (1996: 123).

La participación femenina en el mercado de trabajo, indica la autora: “se encuentra más normada que la masculina, puesto que la capacidad reproductiva de las mujeres y el fruto de la concepción son bienes jurídicos que interesa proteger a la sociedad y al Estado. De ahí los permisos maternales, las reglamentaciones impuestas a los empleadores con relación a las mujeres embarazadas, el trabajo insalubre, las obligaciones de la seguridad social para con las mujeres madres como son los servicios de guarderías, los permisos para madres lactantes, etc. La mayor regulación puede hacer que se confunda a veces y se sobreponga con la esfera estatal. Además de que (…) el Estado en tanto empleador, se ve sometido al cumplimiento de la legislación laboral” (p. 124).

Dentro del trabajo femenino en la industria: “La situación de trabajo que enfrenta la mujer al integrarse al proceso productivo presenta ciertas características específicas que la definen como una situación problemática. Tal hecho surge de la contradicción existente entre las exigencias que se plantean a la mujer en cuanto trabajadora, esposa y madre y la incapacidad del sistema capitalista para atenderlas (…). En efecto, en este sistema, en que se enfatizan las leyes del mercado, el trabajador ideal sería aquel que tuviera un rendimiento máximo, y en la medida en que la mujer debe dedicarse también a otras funciones, no calza con este modelo” (1973: 179). Desde la justicia social si se protege a la mujer se protege el fortalecimiento social, sin embargo, señala la autora, que en una “economía basada en la producción de bienes de cambio, el trabajo femenino, cuando está reglamentado, es disfuncional al sistema, dado que al encarecer el costo de la mano de obra éste repercute directamente en la ganancia individual del empresario” (p. 180). Los problemas que presenta el trabajo femenino dentro de una mentalidad de dominación masculina, son la maternidad, a la falta de preparación, y en el proceso socializador, los problemas que implican los aspectos psicológicos: “Al constatar estos problemas que presenta el trabajo femenino, los empresarios no se cuestionan sobre sus causas; necesitan obreras que rindan, según parámetros masculinos, y si tal fenómeno no se da, lo imputan a la naturaleza femenina, como un problema puramente individual, y que tiene que ser resuelto a este nivel. Su énfasis se centra en la mujer en cuanto obrera; las exigencias que su función de esposa-madre-dueña de casa les plantea son vistas sólo como dificultades para su trabajo” (p. 182).

En el caso de las obreras su trabajo se dividen entre los roles de esposa-madre-dueña de casa, “que expresan, según los patrones tradicionales, su existencia como mujer; y perciben su situación de trabajo fundamentalmente como generadora de conflictos. Es justamente en la sobreposición de estos roles que se encuentra el nudo del problema. Este puede clasificarse en torno a tres aspectos principales: a) el cuidado de los niños; b) el trabajo doméstico, y c) la escasa colaboración masculina” (ibídem).

Con relación al varón, la mujer se encuentra además en un tercer ámbito de trabajo: el trabajo doméstico. En un principio, la tarea de la mujer en el hogar no era considerada como trabajo. Posteriormente, se entró a considerar lo doméstico como un ámbito social relevante y como un ámbito de trabajo no remunerado ni reconocido. Este no reconocimiento se funda en un valor de la ideología liberal que establece la idea de privacidad para el mundo familiar: “La perspectiva individualista pretende proteger al ámbito familiar, aislándolo de cualquiera interferencia ajena. Este es el dominio de lo privado, de lo particular. Esto hace que las labores domésticas se encuentren aún a un nivel premanufacturero en que se ignoran las ventajas de la colaboración y en el que el trabajo subdividido en cada hogar se multiplica innecesariamente” (1973: 184).

En el hogar se da una escasa colaboración masculina: “El problema se agudiza por el hecho de que, en general, el hombre ayuda poco a simplemente se niega a colaborar en los trabajos domésticos. Las pautas culturales vigentes los consideran como específicamente femeninos, y por ende, subalternos. La división sexual del trabajo adquiere aquí características de explotación, ya que no hay reciprocidad: la mujer participa de la producción, pero el hombre no lo hace con respecto a las tareas ligadas a la reproducción” (p. 185).

 

Referencias bibliográficas


Teresita de Barbieri: Los ámbitos de acción de las mujeres, en: Narda Henríquez (ed.). Encrujiadas del saber: los estudios del género en las ciencias sociales. Lima, Pontificia Univ. Católica del Perú, 1996, p. 107-132.


Teresita de Barbieri y Lucía Ribeiro: La mujer obrera chilena. Una aproximación a su estudio, en: Cuadernos de la realidad nacional16, 1973, p. 167-201.