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Comunalidad

Dentro del debate feminista propio de la década de los ochenta, comienza a tratarse la dimensión cotidiana de la vida o “lo cotidiano”, diferenciando entre “vida histórica” de “vida cotidiana”, o “lado épico” de “lado cotidiano” (10). Por otra parte, el tratamiento de lo cotidiano comprendía el cuestionamiento de la relación exclusiva de la mujer con el ámbito doméstico, privado o de la vida cotidiana: “El otro tema de debate era las mujeres que se autonomizan, que también rompen el encierro doméstico, también el feminismo fue promoviendo este tipo de discurso. Y las organizaciones de base de “vaso de leche” y “comedores” eran parte de los quehaceres domésticos, pero no en el hogar, sino en la comunidad.” (6). Una forma de tratar la participación de la mujer en lo público, que en ese momento se hace masiva, fue observarla como prolongación del ámbito doméstico, de una serie de quehaceres, funciones, tareas o roles de la mujer configurados en este ámbito y trasladados al espacio público local: “Uno de los temas de debate –lo recuerdo mucho porque tuvimos un seminario en la Universidad Católica con Elizabeth Jelin y compartíamos una idea que iba contracorriente–, por un lado, las personas decían que la prolongación de lo doméstico no debería perpetuarse. Con Elizabeth Jelin, en esa época, creíamos que en lo doméstico también había un potencial organizativo para las mujeres. En el caso del Perú eso se comprobó, porque en la primera etapa de organizaciones de base de “comedores” y “vaso de leche”, lo doméstico, la prolongación de lo doméstico, era un potencial organizativo en la comunidad como una manifestación de solidaridad, y las propias organizaciones de base se volvieron espacios de socialización pública y escuela de derechos para las mujeres en esos años 1970-1980. Así que la generación de dirigentes de esa época, eran dirigentes que habían hecho un proceso de socialización pública, de su capacidad de gestión y de su aprendizaje de derechos. Así que yo creo que ese debate de prolongación de lo doméstico, como reproduciendo la domesticidad, también fue superado por esta constatación, entonces, eso también obligó a redefinir y otorgar un valor social a esa prolongación de lo doméstico en lo comunal, como un reconocimiento social que en los años 1990 se otorgó a las mujeres.” (6)

Lo que ha sido asociado con los roles tradicionales de la mujer, es decir, los producidos en el ámbito de la casa y que incluyen la atención, cuidado y protección de los miembros de la familia, se observa en el ámbito de la comunidad como generadores de nuevas formas de organización social.

En el caso del Perú, las primeras manifestaciones de movimientos sociales de base surgen de los sectores populares localizados en los barrios y en sectores de la clase media, con la creación de movimientos juveniles y vecinales y con los primeros movimientos de mujeres.

Lo que Henríquez trabaja específicamente como movimiento de mujeres de base, le sirve para observar además, esto que la autora denomina comunalidad y que distingue de comunitarismo, con ayuda del concepto propuesto por Nancy Frazer de “espacio público subalterno”. (10). La autora observa con la participación de la mujer, la existencia de un agenciamiento que implicó la creación de redes de resistencia y solidaridad. El ámbito de comunalidad producido en el caso concreto del Perú dentro de los programas de comedores populares y “vaso de leche” quedaba constituido, en un primer momento, por lo que la autora comprende como “público subalterno” y relacionado con el movimiento de mujeres de base y lo cotidiano: “La comunalidad, el espacio público subalterno, que es un concepto de Frazer. Hay un público subalterno. No solamente hay un público nacional, digamos hegemónico, sino que hay un público subalterno. Las mujeres han estado principalmente en ese público, las mujeres de base. Ese público local tiene un déficit, pues no tiene influencia en las políticas nacionales, pero es muy importante para la vida cotidiana” (10). Lo cotidiano adquiere entonces una importancia central como ámbito de participación de la mujer.

No obstante, en el proceso del Perú, esta idea de comunalidad propiciada por la participación de la mujer, se debilita en la etapa de Fujimori y de las políticas neoliberales. En la entrevista, Henríquez señala como después del conflicto armado, en lugar de permitir la autonomía de la comunalidad, o de estas redes de resistencia y solidaridad, se las interviene y debilita, haciendo clientelismo con ellas. Con esto, lo que inicialmente se observa dentro del movimiento de mujeres de base como una reivindicación de la autonomía de la mujer, se observará posteriormente, como una forma de subordinación producida por los intereses específicos de grupos políticos que transforman lo que podía asumirse como relaciones de solidaridad en relaciones clientelares: “Por contraposición a eso, Sendero había hecho campañas de rumor contra ellas, de desprestigio contra ellas, y ellas declaraban de la misma manera y hacían marchas, y había comunicados (…). Entonces esa comunalidad –yo uso mucho comunalidad, no comunitarismo–, si no, estas redes locales de resistencia, de solidaridad que se debilitaron mucho con el proceso de Fujimori. Porque Fujimori después del conflicto armado, en lugar de permitir que se desarrollen autónomamente, las intervino, las debilitó, hizo clientelismo con ellas. Entonces, el movimiento de mujeres de base se ha politizado en el mal sentido, y en el buen sentido de la palabra. Por que hay unas que están como regidoras, pero hay otras, digamos, que han cultivado relaciones clientelares y que se mantienen en un estado de relaciones clientelares. Entonces, en el campo de mujeres de base, estos son los elementos más importantes para mí, que también los usé en el trabajo para lo que hice en la Comisión de la Verdad.” (10)